La autoridad estética

En este país, el que no tiene título debe
estar dando examen continuamente.
 

ROBERTO PAYRO


alvaro yunque     El cuervo, que regresaba de las cercanías de una gran ciudad, dijo a las aves del bosque:
     – ¿No han oído ustedes hablar del ruiseñor?
     Sí; todos habían oído. (Hasta aquel bosque de América había llegado la fama del gran cantor europeo. Los gorriones la habían llevado.) Las aves empezaron a hacer el elogio del ruiseñor, maestro de cantores.
     El cuervo dejó que se cansaran de elogiar al ruiseñor. Que cada cual, para exhibir erudición en materia de canto, diese detalles sobre la dulzura de su voz, sobre el modo de abrir el pico, sobre el árbol en que prefería posarse para cantar. También discutieron. Cuando ya estaban por callarse, el cuervo dijo:
     – Yo, en la ciudad, fui discípulo del ruiseñor.
     Todas las aves lo contemplaron con admirado asombro. Prosiguió el cuervo:
     -Yo tengo el título de maestro que el ruiseñor me dio en su academia.
     – ¿Tiene título? – exclamó interrogante el ingenuo chingolo.
     – ¿Por qué no nos canta algo, maestro? – pidió, casi suplicando, la calandria.
     – ¡Oigan! – anunció el cuervo.
     Y lanzo, largo, penetrante y horripilante, su acostumbrado graznido.
     Al terminar, miró a su estupefacto concurso. A todas las aves aquello les había parecido una horrible serie de consonancias; pero comenzaron a elogiar el canto del cuervo. ¡Era discípulo del afanado ruiseñor! ¡Tenía título de su célebre academia! ¿Cómo exponerse a pasar por ignorantes? Quizá les había parecido un horrible graznar el canto del cuervo, sólo porque ellas no comprendían. ¡Era discípulo del ruiseñor! Y todas las aves del bosque se disputaban el más férvido elogio para adornar con él al cuervo graznador: el crispín, el boyero, el cardenal, el chingolo, el churrinche, el jilguero, el mirlo, el canario. Hasta la calandria. ¡Era discípulo del ruiseñor!

 Álvaro Yunque

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