En la víspera de su ejecución el preso tiene pesadillas. La crisis galopante que sufre el país, y que afecta a todos los estratos de la sociedad, ha llegado también al mundo de la justicia. Los tribunales carecen de medios y amenazan con suspender las vistas en curso y las causas pendientes. Quién sabe, de haber cometido su crimen un poco después, el reo convicto y confeso gozaría ahora de la más completa libertad. Pero si todavía no han abolido la pena de muerte, al menos es verdad que los últimos recortes han dejado sin munición al pelotón de fusilamiento. Aun así, la sentencia es de rigor. De manera que, a la hora convenida, el preso se coloca frente al paredón con los ojos vendados. ¡Preparados, listos! –grita el oficial a los soldados, que apuntan con sus armas al condenado. ¡Fuego! –exclama, y todos dicen: ¡Pum!. Entonces el reo cae al suelo y enseguida abre los ojos pensando que ha subido gratis al paraíso. Pero es el capellán quien lo despierta del sueño, y le dice que será mejor que se prepare porque ha llegado su hora.
Pedro Herrero
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