Soy un escritor obsesivo, lo sé. De los que corrigen sin cesar sus textos, página a página, línea a línea casi; la escritura es uno de esos trabajos que nunca se acaban, y si por fin doy mis libros por concluidos es debido a la insistencia de los editores.
Mi última novela me dejó completamente vacío, tanto que apenas podía imaginarme escribiendo otra; sin embargo, no creía que estuviese acabada del todo. Por eso, cuando surgió la oportunidad de publicarla en castellano, no la dejé escapar y fui yo mismo quien la traduje del euskera. Empleé casi más tiempo en ello que en escribir el original, e introduje muchos cambios en el libro: a fin de cuentas, ya se sabe que los escritores no hacemos traducciones de nuestras obras, sino versiones.
Aunque mis esfuerzos no me satisficieron por completo, cuando surgió la oportunidad de traducirla al francés, no tuve ninguna duda: dispuse que se hiciese del castellano. Pero según iba leyendo la versión francesa me di cuenta de que era bastante mejor que la española; de manera que cuando una editorial inglesa mostró interés por mi obra, les rogué que tomasen como base la traducción al francés.
La traductora inglesa, a su vez, realizó un trabajo excelente, y la lectura del resultado me mostró que sí había solución para los escollos de ciertos pasajes que tanto yo como el traductor al francés habíamos dejado, por así decirlo, sin resolver.
Propuse, por tanto, que la traducción húngara se hiciese desde el inglés. Obviamente, desconozco el húngaro, pero con la ayuda de un diccionario y de una pequeña gramática pude repasar el texto, por encima, y me dejó una inmejorable impresión: estimé que la versión al húngaro era, entre todas, la mejor, y decidí que sería la base para traducir la novela al esloveno.
Pasó lo mismo en los años sucesivos y, respectivamente, con las traducciones al checo, al italiano, al árabe, al neerlandés, al zulú, al ruso y al japonés: cada una me parecía mejor que la anterior. Para repasar la última me dirigí a un amigo mío, que es experto en lenguas del Lejano Oriente, y lo que me contó fue lo que hizo que se me ocurriera la idea; al final, dominado por mi obsesión hacia las traducciones, llevaba años sin escribir nada nuevo. Le pedí a mi amigo que hiciese la traducción al euskera de la novela.
Cuando se la enseñé a mi editor, me dijo que era lo mejor que había escrito hasta la fecha; se presentará en la próxima Feria del Libro Vasco de Durango. No obstante, ya he comenzado a hacer la traducción al castellano, y creo que introduciré algunos cambios…
Iban Zaldua
Mar de pirañas. Menoscuarto Ediciones. 2012