El abecedario

luisa-valenzuela2El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante actuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos. Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que, al fin y al cabo, es la base del entendimiento humano.
Para cumplir con este plan empezó como es natural por la letra A. Por lo tanto la primera semana amó a Ana; almorzó albóndigas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió anís, aguardiente y hasta un poco de alcohol. Solamente anduvo en auto, asistió asiduamente al cine Arizona, leyó Amalia, exclamó ¡ahijuna! y también ¡aleluya! y ¡albricias! Ascendió a un árbol, adquirió un antifaz para asaltar un almacén y amaestró una alondra.
Todo iba a pedir de boca. Y de vocabulario. Siempre respetuoso del orden de las letras la segunda semana birló una bicicleta, besó a Beatriz, bebió Borgoña. La tercera cazó cocodrilos, corrió carreras, cortejó a Clara y cerró una cuenta. La cuarta semana se declaró a Desirée, dirigió un diario, dibujó diagramas. La quinta semana engulló empanadas y enfermó del estómago.
Cumplía una experiencia esencial que habría aportado mucho a la humanidad de no ser por el accidente que le impidió llegar a la Z. La decimotercera semana, sin tenerlo previsto, murió de meningitis.

Luisa Valenzuela

El tejedor celoso

FernanCaballero8Había una vez un hombre que era tejedor; tenía una mujer muy buena y muy linda; pero la había dado la manía de ser celoso y de figurarse que su honrada mujer le podía faltar. Una mañana, sabiendo que su mujer se había ido a confesar, y queriendo cerciorar de si sus sospechas eran ciertas, se puso un hábito de fraile y se sentó en el confesionario. Llegó la mujer, que lo había conocido y le dijo:
– Acúsome, padre, que he tenido amores con un mozo, después con un viejo y después con un fraile.
-Vete de aquí- le dijo el fingido fraile-no hay absolución para tales delitos.
Fuese enseguida a su casa y se puso a tejer; pero como estaba tan rabioso empezó a cantar para que lo oyese su mujer:
Acúsome padre, con mucho descoco
Que he tenido amores con un hombre mozo;
Después con un viejo, después con un fraile;
Y teje que teje, y dale que dale.
A lo cual ella, en la misma tonada, contestó de esta suerte:
– Si te lo dije, fue por ser verdad,
Puesto que te quise en tu mocedad;
Ayer siendo viejo y hoy siendo fraile;
Y teje que teje y dale que dale.
Con lo cual se quedaron tan amigos por ciento y un años.

Fernán Caballero

Olaberri el macabro

pio-barojaOlaberri era un pesimista jovial. No encontraba en el mundo más que vanidad y aflicción de espíritu. No tenía fe más que en la cal hidráulica y en el cemento armado. Para él, detrás de toda satisfacción venía algo negro y doloroso, que eran principalmente las facturas.
-¿Ve usted esa chica que se ha casado con el carabinero? -me preguntó hace tiempo con aire de profunda conmiseración.
-Sí.
-¡Qué infelices! Ahora mucha alegría, ¿eh?, y de viaje, pero luego ya vendrán las facturas.
A Olaberri le preocupaban las facturas. Para Olaberri, que era contratista en pequeño, las facturas eran como la sombra de Banquo, que aparece en el banquete de la vida.
Si Olaberri hubiera tenido el sentido estadístico de nuestro amigo Berecoche, ya difunto, diría que en la vida hay un 75 por ciento de facturas.
-Ya le he dicho al párroco -me contó una vez-: usted, con un cubo de agua y un hisopo, ya tiene para todo el año, y a vivir bien; nosotros, en cambio, pobres contratistas, siempre a vueltas con las facturas.
Olaberri tenía gustos macabros. Había construido en el cementerio varios sepulcros y trasladado cadáveres y huesos y algunos cuerpos recién muertos.
Al hacer la descripción de estos traslados sentía, sin duda, un ardor explicativo de artista medieval y macabro. Los huesos, las calaveras revueltas con tierra, los trozos de hábito o de ropa, la madera podrida de los ataúdes, todo daba pábulo a su charla pintoresca.
Al relatar el traslado de algún cuerpo recién enterrado, se lucía; entonces los detalles realistas eran tan terribles que a cualquier persona sencilla se le ponían los pelos de punta.
Salían a relucir los busanos blancos y las gurgujas verdes, y al último la gente no sabía si temblar de asco o echarse a reír.
Él no tenía repugnancia por nada.
-Los mejores caracoles que hay comido -solía decir-, los hay cogido en la tumba del difunto párroco. Nunca los hay comido mejores.

Pío Baroja

Buenos propósitos

pilar galan6En todo caso, si después de haber sido uno te conviertes en otro, ya siempre seréis dos.
Juan José Millás

……
El lunes dejó de fumar. El martes empezó el régimen. No tuvo mucho problema para apuntarse al gimnasio el jueves, después de haber ido a trabajar andando el miércoles. Empezó a sentir las agujetas el viernes por la tarde, mientras hacía cola para ver si su nombre aparecía en las listas de la escuela de idiomas. El sábado lo pasó en casa, malhumorado y roto, agotado después de la limpieza general que incluyó baños y trastero. A las once de la noche del domingo, mucho después del partido, con el enésimo cubata de Dyc cola en la mano y el cigarro en la boca, apurando la segunda ración de orejas con tomate, comentó a sus amigos, desde el desgarro y la sinceridad más profundos, hay que ver, cago en la hostia, qué largas se me han hecho estas dos semanas.

Pilar Galán

La sirena inconforme

Augusto MonterrosodUsó todas sus voces, todos sus registros; en cierta forma se extralimitó; quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo.
Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente.
Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve.
Al regreso del héroe, cuando sus compañeras, aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí mismo, como quien había viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó, le estrechó la mano, escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más o menos discreto, y cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco después, de acuerdo con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea “el Húmedo” en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas.

Augusto Monterroso