El aparatito

Luisa-ValenzuelaLos años pasan, los recuerdos quedan, se congelan y se llenan de aristas y dobleces. El amable señor de edad avanzada, tan atildado y recto, un verdadero dandy, se nos acercó en el aeropuerto con la sana intención de impresionarnos, a mi hija y a mí. Piloto de fórmula uno, había sido. Ni mosqueamos. Había tenido un yate para navegar por el Caribe; sonreímos distraídas. Prestamos más atención cuando dijo que su gran amigo de juventud había sido el Che Guevara. «Yo le apretaba el aparatito a él, él me apretaba el aparatito a mí», agregó. Ni tiempo tuve de alzar las cejas. El señor tan atildado -saco de tweed, chaleco color canario- se apresuró en tranquilizarnos: «Los dos éramos asmáticos», aclaró como al descuido.

Luisa Valenzuela

Capítulo VI, primera parte

juan ramon santosMientras su gruesa mujer y sus llorosas hijas se afanaban por quemar en el brasero, en medio de la calle, todas aquellas sobadas y releídas novelas del oeste, mientras los vástagos de Marcial Lafuente Estefanía y de Zane Grey se retorcían agonizantes entre las llamas, golpeados y deshechos en cenizas por la acción encarnizada de la badila, arriba, en su dormitorio, Teófilo Durán, de pie en calzoncillos largos frente al enorme espejo oval del pesado armario ropero, observaba en tensión, desconfiado y amenazante, su exacto reflejo y exclamaba frunciendo el ceño, «Ha llegado su hora, sheriff Flanagan», empuñando con seguridad el crucifijo de madera, dispuesto a meterle a aquel sucio traidor, una bala certera entre los ojos.

Juan Ramón Santos

Materialismo amoroso

DelfinBeccarEscatimaba besos y caricias. Según él, las palabras de amor debían racionarse y ser dichas únicamente en algunos momentos puntuales.
-El exceso de oferta provoca una inevitable merma en el valor intrínseco de cada uno de estos gestos-, argumentaba con aire catedrático.
Ella, con una mueca mezcla de dolor y de sorna:
– Lástima que las leyes del mercado sean tan duras… ahora que tu amor se ha devaluado tendré que invertir en otro negocio.

Delfín Beccar Varela

Final no sexista

jose-maria-merino2Abejas y abejos, ardillas y ardillos, arañas y araños, cigarras y cigarros, focas y focos, golondrinas y golondrinos, jirafas y jirafos, lampreas y lampreos, langostas y langostos, merluzas y merluzos, morsas y morsos, moscas y moscos, nécoras y nécoros, nutrias y nutrios, ranas y ranos, ratas y ratos, truchas y truchos, urracas y urracos, os saludo a todas y a todos, y os vaticino que, tal como se están poniendo las cosas en este planeta, tenéis los días contados.

José María Merino

Sheherezada, reina

Guillermo Bustamante ZamudioLa habilidad narrativa había salvado a Sheherezada de la costumbre capital del Califa. Ahora era reina. Su erotismo, presente ya en sus relatos, colmaba al Califa. Pero ella, que había contado mil y una veces las peripecias de las infidelidades, buscaba en las largas noches de palacio, insinuando su cuerpo lascivo, al sirviente que habría de satisfacerla secretamente. Cada vez, tras la batalla amorosa, pedía a su compañero que le narrara una historia entretenida. Siempre le causaba gracia no encontrar alguno que tuviera su don narrativo. Siempre, inexplicablemente se enfurecía y cortaba la cabeza de su amante.

Guillermo Bustamante Zamudio

Había una vez

sandro centurion-Había una vez, en un país muy lejano…
-Esperá un poco abuelo, ¿cómo que había una vez? Había una vez ¿cuándo? hace poco, hace mucho ¿cuándo? porque no es lo mismo hace 100 años que la semana pasada. ¿Y dónde es en un país muy lejano?, acá a la vuelta o en Europa, ¿a cuántos km o millas de acá? uno debe saber si es lejos o cerca, por lo menos. Si empezamos con imprecisiones, empezamos mal. Además es una falta de respeto al lector un principio tan indefinido. Espero que en lo que sigue no me hables de príncipes ni princesas porque si hay algo que no soporto es a la decadente monarquía.

Sandro Centurión

La pelea

cristina araujo garciaEstábamos en la cocina. Discutimos. Le grité. Él se puso como un energúmeno. Cuando se me cayó el diente al suelo nos dimos cuenta de que la discusión se nos había ido de las manos.
—Lo siento —me dijo.
—Debí controlar los nervios —concedí yo.
Se agachó y cogí un cuchillo. Me dio el diente y lo piqué. Siempre nos ha gustado el pollo con un poco de ajo picado por encima.

Cristina Araujo García

Adivinación (A Raúl Brasca)

manuel alcantaraLos antiguos salvajes, afirma Montaigne, poseían sacerdotes adivinos que les vaticinaban el futuro. Como la adivinación se consideraba un don de los dioses, era inexcusable que el oráculo no se cumpliera y, si los hechos desmentían al profeta, la tribu lo cortaba en pedazos.
Uno de aquellos sacerdotes vio tan nítida en sus sueños la muerte de los más jóvenes del reino que se atrevió a anunciarla. Como no ocurrió, mandaron matarlo.
Su sucesor despertó poco después con los sudores de haber presenciado el mismo sueño y, fiel a su obligación sagrada, se atrevió a anunciarlo. Como no ocurría, los mandó matar.

Manuel Alcántara Plá