1.683 – Bailando con lobos

PedroHerrero  En la clase de primero de secundaria dedicada a normas de comportamiento, la profesora explica a los alumnos que deben ayudar a sus padres en las tareas diarias del hogar. Un alumno la interrumpe y dice que, de las tareas en su casa, se ocupa la sirvienta cuatro veces por semana. La profesora va a responder que no todo el mundo tiene sirvienta en casa, pero el chaval añade que, cuando su padre está enfermo, la sirvienta tarda en arreglar su cuarto más que de costumbre. Antes de que la profesora pueda cortar en seco las risas que provoca ese comentario, una niña afirma que, en su casa, la sirvienta también hace de canguro. Y que, después de acompañarla por la noche, su padre vuelve a casa cuando mamá ya está durmiendo. La profesora, entonces, levantando algo más la voz, se dispone a puntualizar que ése no es, en absoluto, el tema que acaba de plantear. Pero se le adelanta otra alumna para comentar que, la primera vez que papá acompañó a la canguro, volvió a casa con un ojo morado. Ello desata en clase un jolgorio incontenible. Y -ahora sí- perdiendo al fin los estribos para contestar al niño que baja la basura y saca el perro por las noches, la profesora le grita que se calle. Y que si quiere hablar, pida permiso como todo el mundo.

Pedro Herrero

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1.647 – Imponderables

 PedroHerrero Nadie, en la escalera de vecinos de la calle Bermúdez 36, sabe que el inquilino del sobreático vive con una muñeca hinchable. Pero desde que la recibió en un paquete postal certificado, corre el rumor de que tiene una amiguita en casa. Lo aseguran quienes oyen voces inequívocas de pasión descontrolada a horas intempestivas, a pesar de que no hay constancia de que la joven en cuestión entre o salga del inmueble. Al inquilino del sobreático no le importan los rumores y cuando acude a las reuniones de la escalera corta en seco la lógica curiosidad de sus vecinos, que con mayor o menor discreción intentan husmear en su vida privada.
Todo controlado, pues, dentro de la relativa capacidad humana para vivir a salvo de imponderables. Porque el incendio reciente que ha sufrido el edificio, y que ha supuesto el desalojo temporal de todos los vecinos, está complicando un poco las cosas. Ante la policía, el inquilino del sobreático ha debido inventarse, primero una identidad, y luego un abandono que justifique la no comparecencia de su presunta pareja. Y los rumores de aquellos que se quedaron con ganas de conocerla apuntan ahora a la ausente como causante del desastre.
Todo descontrolado, pues, y amenazando la discreta resistencia humana para no venirse abajo por culpa de los imponderables.
Pero con un poco de paciencia las aguas volverán lentamente a su cauce. Cuando el solitario inquilino reciba la nueva muñeca que acaba de encargar, tendrá más cuidado de no exteriorizar alegremente sus emociones. Y por la orden de búsqueda y captura contra su antigua acompañante, decretada por la policía, no parece que valga la pena preocuparse demasiado.

Pedro Herrero

Texto incluído en la antología «Historias de portería» de «La Esfera Cultural».
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1.631 – Furtivo amor

Pedro Herrero_110921 En la calle donde vivo hay un chico que me gusta. Él quizás no se ha dado cuenta aún, pero yo lo sé desde que su padre me invitó a su fiesta de cumpleaños cuando todavía éramos chiquillos. Lo he sabido siempre, aunque luego cambié de colegio y dejamos de ser compañeros en clase. Aunque apenas coincidíamos por el barrio, salvo cuando él y su padre bajaban a tirar la basura, casualmente a la misma hora en que yo llegaba del instituto. Aunque sólo de vez en cuando, en el supermercado (siempre acompañando a su padre, ¡maldita sea!) cruzábamos unas palabras. No me extraña que nunca se haya fijado en mí y que no haya sabido interpretar las escasas miradas furtivas que he podido dedicarle en todos estos años. Eso, al menos, es lo que pensaba hasta ayer, cuando finalmente hallé en mi buzón una invitación para ir a cenar a su casa. Y es lo que sigo pensando ahora, cuando he llamado a la puerta, y -tras decirme que el chico no está- me ha recibido su padre.

Pedro Herrero

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1.619 – Cita a ciegas

Pedro Herrero_110921 La dama llegó a la cita antes de lo previsto. Se la veía inquieta, ausente, asustadiza. Pero allí estaba al fin, haciendo realidad un sueño tan audaz como disparatado. El caballero la abordó de inmediato con voz temblorosa, pero sacando fuerzas de los contactos previos por teléfono, cuando ambos intentaban sintonizar sus pretensiones y especulaban con el aspecto que tendría cada cual. Hubo un instante de tensa vacilación por parte de ella, un intento comprensible de volverse atrás y echarlo todo a rodar. Pero la voz de él, cada vez más sereno y confiado, logró tejer una nube llena de fantasía, que aprestó el deseo y las ganas de dejarse llevar a cualquier parte. Y los dos salieron a la calle y pararon un taxi.
Al cabo de media hora, la otra mujer, la que de verdad había quedado con aquel hombre, hizo su aparición en el lugar acordado.

Pedro Herrero

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1.546 – Cena fría

Pedro Herrero_110921 La noche anterior han discutido por tonterías, como tienen por costumbre, levantando más la voz y diciendo esas cosas que se dicen sin pensar, cuando la rutina conyugal no da motivos suficientes para perder los estribos, y es preciso recurrir a antiguas ofensas y sospechas sin fundamento. Por eso, temerosa de haberlo calumniado por culpa de un vulgar ataque de celos, la mujer prepara hoy a su marido una fiesta sorpresa, para decirle que lo quiere mucho y para que sepa que -aparte de ella- también lo quiere mucho un montón de gente. Con esta finalidad ha llamado a sus amigos, ha reunido a buena parte de la familia, ha elegido la jornada en que su guardia nocturna como enfermera en el hospital (que hoy ha podido cambiar con una compañera) obliga al hombre a hacerse la cena cuando llega a casa después del trabajo. Lo ha dispuesto todo para que, cuando él abra la puerta del piso y prenda la luz del recibidor, le caiga encima una lluvia de confeti, una salva improvisada de aplausos, el alboroto de unas voces coreando su nombre con entusiasmo. Todo ello, seguido de un silencio sepulcral de todos los presentes, que le permita explicar entonces –sin prisa y con argumentos satisfactorios- quién demonios es la señorita que lo acompaña.

Pedro Herrero
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1.535 – En coma

PedroHerrero La señora ha entrado en coma tras el accidente, y los médicos no quieren que su marido alimente vanas esperanzas. Sin embargo, el hombre se vuelca a fondo en intentar que su pareja recobre el contacto con la realidad. Permanece junto a ella todo el tiempo en el hospital, le habla en susurros, le explica los viajes que hicieron de novios, le canta antiguas melodías, incluso le aplica en el cuello su perfume favorito, por ver si reacciona con el aroma. Nada de eso da resultado. Un día, ordenando la ropa de su mujer en el armario de casa, descubre unas cartas de amor, remitidas al parecer por un amante secreto, escritas en un lenguaje ardiente y desenfrenado. Sintiéndose humillado, el hombre deja de visitar a su esposa durante una buena temporada. Pero al final, se arma de valor y regresa a su lado con las pruebas que demuestran que le ha sido infiel durante tantos años. Se coloca junto a ella y le lee, con voz profunda y seductora, como si él mismo las hubiera redactado, cada una de las cartas. El esfuerzo le deja tan exhausto, que acaba dormido en el sillón del familiar acompañante. Lo despierta la enfermera, horas más tarde, visiblemente alterada, para darle una muy buena noticia.

Pedro Herrero
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1.522 – La confesión waldorf

PedroHerrero Se veía incapaz de decirle a su mujer que la engañaba. Al menos así, en frío, sin moverse siquiera un poco. Temía que al quedarse de pie en un rincón le vinieran rampas y que el bloqueo afectara también a sus cuerdas vocales. No quería que le temblara la voz en un momento tan delicado. Así que abrió el frigorífico y empezó a preparar una ensalada Waldorf. Explicó que la cena de ayer con los amigos se alargó más de la cuenta y cortó en juliana -después de lavarlos- cuatro tallos de apio blanco. Que alguien propuso después ir a bailar a un sitio de moda, que mezcló con dos manzanas peladas y cortadas a trozos, donde coincidió con una compañera de universidad y media cucharada de jugo de limón. Luego añadió 100 gramos de nueces peladas y batió la mayonesa con la crema de leche, a la que no veía desde que acabó la carrera, hasta formar una salsa fina. Y que cuando quiso darse cuenta y mezcló todos los ingredientes ya era demasiado tarde, y sirvió en un plato sobre lechuga picada.
Admitió que era la primera vez y que, con un poco de práctica, podía hacerlo mejor.

Pedro Herrero
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