1.903 – Pleno municipal

PedroHerrero  La propuesta del señor alcalde, de declarar laborable la festividad del santo patrón que da nombre al municipio, provoca el rechazo frontal del principal partido de la oposición, defensor de la tradición secular de pasear su imagen por las calles del pueblo, desde la ermita hasta la iglesia parroquial, como argumento de la importancia de dicha efeméride. El alcalde quiere trasladar ese acto al día de la fiesta nacional, con el fin de optimizar el calendario de fiestas locales. Pero esa iniciativa tampoco es del agrado del tercer grupo del consistorio -cuyos votos son esenciales para cerrar cualquier acuerdo de gobierno- que expresa su temor de que los fastos religiosos adquieran demasiado protagonismo, frente a la proclama reivindicativa que ese día tiene lugar desde el balcón del ayuntamiento. Cada año, en estas mismas fechas, se convoca un pleno extraordinario que siempre mantiene en vilo a la mayor parte de la población, pendiente de saber si el día en cuestión será festivo, para coger el coche, salir al campo y disfrutar de un merecido día de vacaciones.

Pedro Herrero

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1.875 – Parte de siniestro

PedroHerrero  El ladrón entró por la ventana abierta del salón, cuando no había nadie en casa, y solo se llevó cuatro chucherías. Papá tuvo que forzar la cerradura de la puerta para incluirla en el parte de siniestro a la Compañía de Seguros. Luego fue a la tienda de electrodomésticos a por pilas alcalinas, y con el membrete del recibo pudo falsificar las facturas de compra de la tele y el ordenador. Mamá quiso impedir que hiciera constar más trajes de los que caben en el armario. Discutieron, y en el fragor de la disputa él la tiró al suelo de un puñetazo. Fue sin querer, claro, aunque también nos pegó a los demás para justificar que hubo asalto con violencia. Con lo que vamos a cobrar del seguro, nos daremos todos unas buenas vacaciones. Pero como vuelvan a robarnos, creo que serán las últimas que vea el abuelo.

Pedro Herrero
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1.855 – La conferencia

PedroHerrero    La joven que se ha sentado en la primera fila del auditorio viste una falda negra, no muy ceñida, bajo la cual luce medias negras también, que acaban en una fina blonda trenzada, llena de picardía. Ese detalle tan sugestivo ha quedado patente cuando ha cruzado las piernas, en un gesto fugaz, discreto, presuntamente involuntario.
El conferenciante ha hecho como que no se ha dado cuenta. Pero internamente se ha sentido turbado, sacudido por una visión que -según su criterio- contiene en sí misma la más genuina recreación de la belleza. Aun así, mientras el resto del público va tomando asiento en la sala, hace un esfuerzo supremo por no volver a mirar en la misma dirección, y se concentra en los datos objetivos sobre los cuales piensa argumentar su repaso a la difícil –más bien crítica- situación financiera por la que atraviesa el país.
Pero ¿qué datos objetivos? ¿Qué crisis ni qué niño muerto? ¿Cómo se puede seducir a una dama augurando la ausencia total de perspectivas de crecimiento? ¿Qué mujer caerá rendida a sus pies después de que vaticine, con pruebas tan contundentes que no merecen discusión, el inevitable colapso de la economía?
A todo esto, el público ha acabado ocupando la sala por completo, en respuesta a la enorme expectación creada por la fama del conferenciante. Y este, después de dar las gracias a los presentes por su asistencia, se dispone a empezar su charla reconociendo, antes que nada, que la esperanza es algo que jamás deberíamos perder.

Pedro Herrero
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1.835 – Vasos comunicantes

Pedro Herrero_110921  A poco de ingresar en la cárcel para cumplir una larga condena, empecé a cavar un túnel desde el suelo de mi celda. Al principio actué movido por un impulso de rebeldía y careciendo de las habilidades necesarias para conseguir mi objetivo, cegado por la idea de burlar a mis carceleros. Pero pronto descubrí un extraño placer al dar forma a un proyecto de superación personal, que acabó por convertirme en un experto en la materia.
Calculo que estaba a pocas jornadas de atravesar los muros que me separaban del exterior, cuando llegó el indulto que me puso de patitas en la calle. Y confieso que, al margen del alivio que supuso prescindir de la rutina carcelaria, abandoné el penal con menos euforia de la que habría experimentado si -en lugar de salir por la puerta principal- hubiera huído a través de mi modesta pero eficaz obra de ingeniería. Así que no me sorprendí en absoluto, recién estrenada mi nueva etapa como hombre libre, cavando al otro lado de las altas torres coronadas de alambradas, con la intención de conectar el tramo restante. No es que quisiera volver a mi oscura celda solitaria. Nada de eso. Lo hice para que mi prestigio alcanzara conmigo la libertad.

Pedro Herrero
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1.802 – Anécdota

Pedro Herrero_110921  Su mujer y su hija se van de compras y no acaban de irse nunca. Ya en el coche, le piden el móvil, que siempre olvidan en cualquier parte. Y la hija sale del coche para ir por última vez al baño. Y la mujer entra en casa y vuelve a salir, tras cambiar de idea sobre el calzado que más la favorece. Y aún antes de poner el motor en marcha, quieren que les traiga el paraguas por si empieza a llover. Y cuando se van de una vez por todas, el hombre se queda en la calle, sin llaves para entrar en su hogar. Entonces se sienta en un banco del parque, dispuesto a no dar la menor importancia a un suceso anecdótico. Y se percata de que en su vida todo es anecdótico y sin la menor importancia. Salvo cuando eleva esta clase de pequeñeces a la categoría de problemas. O cuando es incapaz de doblar la cintura ante situaciones que solo requieren un poco de agilidad. O de arrimar el hombro de manera altruista, no como un esfuerzo excepcional sino como una simple declaración de principios. También se da cuenta de que admitir sus debilidades es el primer paso para superarlas. Y de que él tampoco recuerda dónde demonios ha dejado el móvil. Y de que el calzado que lleva puesto no le favorece en absoluto. Y de que tiene ganas de ir al baño. Y de que empieza a llover.

Pedro Herrero
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1.780 – La voz de la experiencia

Pedro Herrero_110921  “Anda, muchacho, ve a por ella, no seas tímido. Haz caso a la voz de la experiencia. Ella te está esperando, puedes creerme. Tú no te has dado cuenta, pero yo lo he visto de inmediato: le gustas, te ha mirado al pasar. Si le hubieras hablado entonces, se habría girado a escucharte. Venga, deja en paz esa limonada, deja de ser un crío de una vez por todas. Atrévete a dar el primer paso, acostúmbrate a perseguir aquello que deseas.”
Y el chico se levanta por fin, a regañadientes, y se dirige hacia la mesa del fondo de la cafetería, donde acaba de sentarse una rubia efervescente, cuyo tránsito por el local se ha llevado por delante las miradas de casi todo el personal. Llega junto a ella, se inclina y parece que le dice algo al oído. La chica tarda un poco en reaccionar, pero acaba sonriendo y el muchacho toma asiento junto a ella. Al cabo de un minuto, los dos ríen a un tiempo y piden una copa al camarero.
Entonces, el abuelo apura a sorbos la limonada de su nieto y mira alrededor con aire de satisfacción. Es consciente de que ha puesto en marcha la azarosa maquinaria del destino, y está orgulloso de que el chaval obtenga lo que ni él mismo –de joven- pudo nunca aspirar a conseguir. Entre otras razones, porque jamás se atrevió a intentarlo.

Pedro Herrero
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1.746 – Entre la vida y la muerte

PedroHerrero  Mientras esperaba que lo ejecutaran, el preso alojado en el corredor de la muerte sufrió un infarto del que tuvo que ser asistido sin la menor dilación. El equipo médico que se disponía a aplicarle la inyección letal, y que después debía certificar su defunción, se hizo cargo de la emergencia en la propia camilla prevista para el caso. Al otro lado del cristal, aguardando la respuesta del gobernador a la última petición de indulto, el director del centro penitenciario no se separó ni un instante del teléfono móvil, pendiente por igual de la llamada que podía decidir la suerte del recluso, como de su incierta recuperación. Y una tensión similar pudo verse en las caras de las personas que habían venido a presenciar la aplicación de la pena capital, fueran o no partidarias de la misma. Al cabo de unos minutos, con el reo estabilizado y fuera de peligro, todos comentaban que -de no mediar la rápida intervención del personal acreditado- el condenado no habría superado una crisis de la que ahora, aún sin saber si valía la pena que lo movieran de donde estaba, empezaba a recuperarse.

Pedro Herrero

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1.731 – Pim Pam Pum: Fuego

Pedro Herrero_110921  En la víspera de su ejecución el preso tiene pesadillas. La crisis galopante que sufre el país, y que afecta a todos los estratos de la sociedad, ha llegado también al mundo de la justicia. Los tribunales carecen de medios y amenazan con suspender las vistas en curso y las causas pendientes. Quién sabe, de haber cometido su crimen un poco después, el reo convicto y confeso gozaría ahora de la más completa libertad. Pero si todavía no han abolido la pena de muerte, al menos es verdad que los últimos recortes han dejado sin munición al pelotón de fusilamiento. Aun así, la sentencia es de rigor. De manera que, a la hora convenida, el preso se coloca frente al paredón con los ojos vendados. ¡Preparados, listos! –grita el oficial a los soldados, que apuntan con sus armas al condenado. ¡Fuego! –exclama, y todos dicen: ¡Pum!. Entonces el reo cae al suelo y enseguida abre los ojos pensando que ha subido gratis al paraíso. Pero es el capellán quien lo despierta del sueño, y le dice que será mejor que se prepare porque ha llegado su hora.

Pedro Herrero

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1.725 – Hubiera estado bien

PedroHerrero  Lo peor que pudo hacer el inmigrante fue ofrecer resistencia a la autoridad. Era normal que el hombre estuviera alterado, cuando una anciana lo denunció a la policía acusándolo de haberla agredido sexualmente a la puerta de su casa. Él pasaba cada día por allí, de regreso a su hogar, y no precisamente de buen humor por culpa de la falta de trabajo. Pero sin meterse con nadie, sin buscar problemas que le complicaran la existencia. Eso fue lo que debió decir a los de la patrulla de atestados antes de que le pusieran las esposas. Antes de que lo subieran a empujones al coche celular. Antes de que lo trasladaran a la comisaría del distrito para tomarle declaración. Antes de que lo golpearan con saña y lo metieran en una celda, a la espera de ponerlo a disposición judicial. Antes de que, al día siguiente, la señora retirase los cargos al no estar segura de que aquel individuo la hubiera molestado. Antes de que nadie le pidiera disculpas al dejarlo en libertad.
Hubiera estado bien que el inmigrante conservara la calma en el momento de su detención. Y no insultara a todo el mundo. Y no se enfrentara a las fuerzas del orden. Y no se diera a la fuga precipitadamente. Y no cayera de bruces tras un disparo de advertencia.

Pedro Herrero

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1.690 – Fidelidad

Pedro Herrero_110921  A ella le gustaba aquel chico, pero no demasiado. De manera que le diría que sí, pero también que no. Con arreglo a lo primero, se casaron y tuvieron hijos, construyeron un futuro y se amoldaron a una convivencia no exenta de momentos dulces y estimulantes, aunque sensible al desgaste del roce cotidiano y a la servitud de la monotonía. Con arreglo a lo segundo, no hubo nada que hacer: dejaron de verse y siguieron cada uno por su lado. Al principio, el hombre casado no entendía que su vida tomara dos rumbos tan diferentes, y menos aún de manera simultánea. Por las mañanas, saludaba a su esposa con ternura y recibía a cambio la anhelada compensación, salvo cuando despertaba en brazos de una auténtica desconocida. Lo mismo ocurría al final de la jornada, incluso en las reuniones con amigos comunes, donde, sin previo aviso, su consorte parecía regresar de lugares remotos, necesitada de afecto. Pero antes de que el marido fiel y enamorado acabara de aceptar aquella extraña situación, su pareja falleció en un infortunado accidente. Y cuando, en su desesperación, creyó el hombre haberse quedado solo y desamparado, comprobó que –a pesar de ello- una de sus dos mujeres seguía haciéndole compañía.

Pedro Herrero

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