—¡Parad! —gritó Moisés. —¡Hay erratas! ¡Olvidad lo que he dicho! —vociferó para aplacar la tormenta mientras la muchedumbre se masacraba.
El editor del profeta corrigió el texto en la segunda edición. Era demasiado tarde para la Humanidad, pero resultó un negocio redondo para la editorial.
Categoría: Manuel Espada
2.787 – (Re)creación
Lo más difícil fue dar con el código genético del arcángel, pero al fin, el proceso de copia había terminado. Estaban todos. Para que el experimento fuera un éxito debían sentirse como en casa. Camufló el suelo del laboratorio con musgo y ríos de papel de plata, cubrió las paredes con casas de plástico, construyó molinos de cartón piedra, colocó bombillas de colores en pozos y corrales y cambió su bata blanca por un disfraz de pastorcillo. Enseñó su salvoconducto a los soldados romanos que había multiplicado mediante mitosis. Corrió por el camino de serrín hasta que llegó a la cola de los pastores. Junto a la incubadora, oculta por la paja, dormían plácidamente los clones de la mula y el buey. Esperó detrás del duplicado de los reyes magos, y cuando llegó su turno, ofreció una oveja al niño. —¿Cómo se llama el animalito? —preguntó la madre del bebé ante la absorta mirada de su esposo.—Dolly —respondió orgulloso. Al séptimo día de su extraordinaria creación, el científico descansó. Desaparecería para siempre de sus vidas. Los observaría desde el otro lado de la mampara.
Manu Espada
Publicado en la revista Quimera (nº368-369)
2.393 – El cazador de leyendas urbanas
-En uno de los hielos de mi bourbon ha aparecido el cadáver criogenizado de Walt Disney. Haga el favor de venir a por él, si es tan amable -me pidió horrorizado mi último cliente. Con el mono de trabajo y la mascarilla nadie me reconocía, pero no era dificil localizarme. Aparecía en,las páginas amarillas, por la letra «C». «Cazador de leyendas urbanas.» Las llamadas no siempre son fiables. En ocasiones se trata de falsas alarmas. Esta vez el cliente estaba en lo cierto. Allí estaba el viejo Walt desnudo, con el bigotillo y las manos pegadas a las paredes del cubito. Al llegar a casa lo metí en el congelador, junto al abominable hombre de las nieves y un par de caimanes albinos de las alcantarillas de Nueva York que nos servirían de cena esa noche a mi esposa y a mí. Conocí a mi mujer por la llamada de un conductor de Wyoming que se la encontró en una carretera comarcal. Desde que me casé con la chica de la curva mi vida es más tranquila. Nos fuimos a vivir a una islita desierta en medio del triángulo de las Bermudas. Al principio solo teníamos la compañía de varias de esas ratas con las que cocinan las hamburguesas en el McDonald’s, pero hemos adoptado otra mascota, el perrito de aquella niña que iba a dar una sorpresa a Ricky Martin en televisión. Como solo se alimenta con foie gras, nocilla y mermelada, se ha puesto orondo. Quizá por eso lo hemos llamado como a mi hermano gemelo: Elvis. Él vive en la isla de al lado con uno de los extraterrestres que se estrellaron en Roswell en 1947, pero no nos hablamos. Así somos los Presley. Cosas de familia.
Manu Espada
Personajes secundarios. Ed. Menoscuarto, 2015
2.318 – El niño que se comía las palabras
A algunas personas les trasplantan los pulmones. A otras les realizan un trasplante de corazón o de córnea, pero siempre tiene que morir alguien. Mi caso fue distinto. Cuando era pequeño no podía hablar, al menos no como el resto de los niños. Cada sílaba requería el mayor de mis esfuerzos. Sin embargo, mi padre se ganaba la vida con las palabras. Paradójico. Aún recuerdo el domingo que llegó con una máquina de escribir antigua. Yo entré en su despacho mientras él ponía la vieja Olivetti sobre la mesa. Colocó un folio de papel cebolla en el rodillo, me cogió el dedo índice y escribimos mi nombre. Mi padre lo recortó con unas tijeras, lo hizo una bolita y me dijo: «Rica». En cuanto el papel rodó por la garganta dije mi nombre en voz alta. Desde ese día, mi padre no pudo volver a pronunciarlo. Luego vinieron muchas palabras más. Mi padre me cogía el dedo, me susurraba cosas al oído, las tecleábamos y luego me metía las palabras en la boca. Él nunca más volvía a usarlas. Primero se quedó sin sustantivos, luego sin verbos, más tarde me pasó los adjetivos, los artículos, las preposiciones, hasta que me trasplantó todas las palabras del mundo. Hasta que se quedó mudo.
Manu Espada
Personajes secundarios. Ed. Menoscuarto. 2015
2.310 – Cambio climático e
El hombre del tiempo predijo una borrasca de letras «e». Me puse las katiuskas y salí a la calle. Todo comenzó con un leve sirimiri. Unas pequeñas y finísimas «es» Times New Roman cuerpo siete mojaron mi pelo. Abrí los brazos y un chaparrón de Tahoma veinte (mayúsculas) me caló hasta los huesos. Emocionado, chapoteé en un charco de «es» Courier New en negrita hasta que se pusieron en cursiva. Tras dos días de incesantes chubascos, el viento alejó los oscuros nubarrones de Arial Black. Ahora brilla el sol y el hombre del tiempo predice una feroz sequía. Mientras escribo este texto compruebo, aterrado, cómo comienzan a evaporarse hacia la página anterior las «es» de los jardines, de los carteles, de los letreros, de las canciones, de los sermones, incluso de este mismo cu nto.
Manu Espada
Personajes secundarios. Ed. Menoscuarto. 2015
2.309 – El jefe
Helen, este mes me leen en el «Tennessee Express» que vendes «El Este del Edén». Me quedé verde, del revés. Me desesperé. Ese es el césped en el que te besé. «¡Que le den!», pensé. «¿Qué se cree? ¿Qué te crees?» Es él. Sé que es él. Es Peter, el que ejerce de bedel en el Wester Herst. Sé que ese demente te enternece. ¿Qué ves en ese pelele, en ese mequetrefe, en ese percebe? ¡Qué estrechez de mente! ¡Qué memez! Te desmerece. Me encelé de ese repelente, de ese vehemente, de ese ser que te empequeñece. Llegué. Le esperé brevemente. Me peleé. Le encerré en el Mercedes. Le pegué de leches, de frente. Le quebré tres veces en el vergel en el que te besé. Le meé. Eché éter en ese germen. Le quemé. ¿Te estremece? ¡Excelente! ¿Crees que te perderé, que cederé? Me mereces. Me perteneces. Ven… ¡Bebe este detergente!
· e
· e
· e
· e
· e
Manu Espada
Personajes secundarios. Ed. Menoscuarto. 2015
2.289 – Coleccionables*
Con el primer número de septiembre, el periódico traía el bracito rosado de un bebé. Me propuse acabar el coleccionable. «Nancy, no eres constante, nunca acabas nada, igual que mamá», me dije a mí misma. El año pasado, mi madre empezó a encajar las piezas de un galeón, pero dejaron de editar la revista y tuvo que dejar el barco a mitad de hacer. Lo quemó. Ahora, su esqueleto carbonizado flota en la piscina. El año anterior intentó compilar todas las selecciones nacionales de fútbol del mundo, pero nos destrozaban el mobiliario con el balón y decidió cortarles los pies. Hace años tiró la toalla con la colección de árboles de la Amazonía. Se dejó llevar por la desidia, y taló los más importantes, aunque dejó algunas especies raras en las macetas. En el jardín ya había plantado a aquellos asquerosos zombis en cuyos brazos colgó, a modo de frutos, la colección de cabezas reducidas. Yo tengo la intención de construir mi bebé al completo. Ya le he colocado las piezas de la columna vertebral, le he puesto el otro bracito, el hígado, los pulmones y una pierna. Me hizo mucha ilusión encajar el cerebro en el cráneo y enroscar su cabeza pelona en el cuellito. Mi mamá decía que yo no tenía cerebro. «Cabeza hueca», me llamaba. Pero yo nunca abandonaré a mi hijo en un armario, como hizo ella. Tuve que dispararle con uno de los tanques de la colección de la Segunda Guerra Mundial que había empezado el abuelo. Deberían haberla enterrado en un ataúd coleccionable, un féretro de piezas blancas ensambladas a mano cada domingo. Mañana llega el sexo de mi bebé con el suplemento de la prensa dominical. Si es niña, pintaré de rosa el sótano. Si es niño, pintaré el garaje de azul. Y viviremos felices aquí, en esta casa de muñecas inacabada, inconclusa, incompleta, como los fascículos de un coleccionable de septiembre.
Manu Espada
Personajes secundarios. Ed. Menoscuarto. 2015
* A Fernando Valls
2.242 – Piratas
Coloco el DVD en el reproductor. Es el último taquillazo, una película que le he comprado a un chino en la Alamedilla. Las últimas pelis piratas que he visto no se escuchan bien, pero no tengo tiempo de ir al cine. El protagonista, un policía negro de Nueva Orleans, conduce a toda velocidad un coche blanco por la parte vieja de Salamanca. No sabía que Hollywood había rodado una película aquí. En la zona peatonal, a la altura de La Rúa, gira a la derecha y se dirige hacia La Plaza Mayor. Varios minutos más tarde, el vehículo dobla hacia mi barrio y pasa junto al chino al que le compro los DVD. El protagonista prosigue su marcha, se baja del coche en mi calle y se dirige a mi portal. Llama al telefonillo del 2ºB y suena el timbre de mi casa. Permito que acceda al portal. Me asomo a la mirilla y me saluda con la mano. Le abro la puerta. Se le ve algo borroso. “Hola”, me dice con una voz de lata que no encaja con los movimientos de la boca. “¿Puedo entrar? Te lo puedo explicar”. Señala el sofá con el dedo y nos sentamos. En mi salón se escuchan multitud de toses que no sé de dónde proceden. Miro la televisión y veo que ambos estamos en el plasma. Desenfocados y a rayas. Me rasco la cabeza para comprobar que no es una imagen grabada, me toco la nariz, carraspeo, e incluso palpo la pantalla. El protagonista de la película saca el DVD del reproductor y me dice: “Pon esto, por favor”. Cuando le doy al play aparezco conduciendo un coche negro a toda velocidad por la parte vieja de Nueva Orleans.
Manu Espada
La espada oxidada, 2014.
1.555 – Chuzos de punta
El hombre del tiempo predijo una borrasca de letras «ene». Salí a la calle y unas finas «enes» Times New Roman cuerpo siete mojaron mi pelo. Abrí los brazos y un chaparrón de Tahoma veinte en mayúsculas me caló entero. Emocionado, chapoteé en un charco de «enes» Courier New en negrita hasta que se pusieron en cursiva. Tras el aguacero, el viento alejó los oscuros nubarrones de Aria¡ Black. Ahora brilla el sol y compruebo aterrado cómo comienzan a evaporarse las «enes» de los jardines, de los carteles, de los grafitis, incluso de los cue tos.