1.043 – El estreno

 En la puerta había una gorra negra. Mi tío me había dado unas perras y ninguna seña más. Para que te estrenes, me había dicho, pero de esto, a tu padre, ni media palabra. Pasé la tarde dando vueltas a la plaza porticada, buscando aquella enigmática gorra en los pomos de las puertas, asomándome en las porterías por si la encontraba colgada en su interior. El barquillero saludaba con la mano y una mulataza que se arreglaba los pies sentada en un portal sonreía cada vez que pasaba. ¿Vienes de parte de Eduarro?, preguntó, al fin. Al tío le decían así porque no sabía pronunciar la de.

David Vivancos Allepuz

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1.040 – Un recuerdo

 Me pediste un recuerdo, y no sabía que traerte. Pensé en traer la sombra de la encina que nos cobijaba para el verano en la plaza, pensé que sería bonito llevarte un pedazo del tejado de la iglesia, o en el charco de la fuente de la alameda. Hasta quería haber cogido el sonido de las manzanas cuando caían maduras por el prado. O la mirada perdida del gato de doña Enriqueta, que siempre te ronroneaba cuando pasabas, ¿te acuerdas?. ¡Pensé en tantas cosas!. Que al final no sabía que hacer.
Por eso hice este poema, y espero que te guste, porque todo lo que me traía recuerdos de ti, lo he dejado encerrado en un baúl, y la llave la tiré al fondo del río, donde nos bañábamos cuando en verano, nos apretaba el calor.

Gabriel Merino

1.039 – Material plástico

 Un señor toma un tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de la plaza. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diaro, hasta que un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.

Julio Cortazar

1.038 – Ingenuidad

 Tespio tenía cincuenta hijos gemelos, tan parecidos entre sí que no había manera de identificarlos. El mayor, Clístenes, viajó a la gran ciudad de Tebas, ahí conoció a una joven llamada Filis, se enamoró perdidamente de ella y la pidió a sus padres en matrimonio. Los padres consintieron, no sin advertirle a Clístenes que Filis había sido educada en los rigores de la castidad y que nada sabía de las prácticas amorosas. «Deberá tenerle un poco de paciencia», añadió la madre, «pero con el tiempo aprenderá».
Para alardear de su potencia viril y, de paso, apresurar la educación de aquella inexperta, Clístenes ideó un plan: la noche de bodas satisfizo por siete veces consecutivas el débito conyugal y después abandonó la alcoba con el pretexto de ir a beber un vaso de agua. Entonces sus cuarenta y nueve hermanos fueron reemplazándolo, uno por vez, en las funciones de marido. Filis creyó que era siempre Clístenes el que entraba y salía, de modo que a todos los acogió con entusiasmo.
Al amanecer, Clístenes se dispuso a dormir. Filis rezongó malhumorada: «Vaya, te duermes. Si en la noche de bodas te muestras tan remolón, lindo porvenir el mío». Clístenes huyó a Macedonia, donde se hizo sacerdote de Vesta.

Marco Denevi

1.037 – Houston…

 No consigo establecer contacto con Houston. Tengo un pequeño problema y no puedo decir aquello tan gracioso de “Houston, tenemos un problema” porque, para qué, no me oyen. Pero eso no es lo peor. Estoy encerrado en este cubículo de un par de metros que gira casi sin control dando vueltas al planeta a 36.000 km. de altura y no puedo decir «Houston, tengo un problema». Conecte con el canal que sea, solamente oigo una carcajada histérica. Además, se ríe de mí y me dice que a ver cómo salgo de esta lata a 36.000 km. de altura. Pero eso no me asusta. ¿Por qué tendría que asustarme una carcajada? Por nada. Creo que me preocupan más los golpes que dan a la puerta.

Nacho Ruiz

1.036 – La sueñera – 250

 La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.

Ana María Shua
Cazadores de letras. Minificción reunida. Ed. Páginas de espuma, 2009

1.034 – Pequeña guía para conservar la buena suerte

 Para asegurarse una vida sin desgracias, usted no debe cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera, romper un espejo, barrer de noche, cortar una cadena de la felicidad, levantarse con el pie izquierdo, coleccionar caracoles de mar, abrir un paraguas dentro de la casa, sentarse a una mesa de trece personas, brindar con agua, derramar la sal, ver a la novia antes de la ceremonia, ni leer este instructivo.

Martín Gardella