3.027 – La habitación azul

diego munoz valenzuela  Despierto en una habitación azul pastel, tapizada de cuadros de vivos colores. El cubrecamas es carmesí. Por una ventana entra el aire fresco del campo. Los objetos se ven levemente alargados, como en un cuadro del Greco o de Modigliani. Me incorporo y miro el piso de tablas resquebrajadas, donde se mezclan tonos de café y verde. Asomo la cabeza por la ventana y veo que es noche: inmensas estrellas como soles cuelgan del cielo. Me encuentro con el espejo. Unos ojos azules fulgurantes me contemplan bajo una cabellera roja y revuelta. El aire se revuelve en derredor, forma corrientes de color.
Entonces comprendo quién soy. Tomo la navaja y corto mi oreja. La sangre brilla como mil soles furibundos y caigo entre lirios, girasoles y campos de trigo infinitos.

Diego Muñoz Valenzuela
Breviario mínimo. Santiago de Chile: Liberalia Ediciones y Simplemente Editores, 2011.

2.823 – Iras de Polifemo

diego munoz valenzuela  Una vez desembarcado en el país de los cíclopes con un cargamento de tinajas con vino para comerciar, Ulises comenzó a detectar posibles compradores. El más prometedor de sus prospectos era el viejo Polifemo, emparentado con el magnate naviero Poseidón (rumoreaban que era su hijo natural).
Polifemo era un borrachín insaciable, bien provisto de oro y piedras preciosas ganadas gracias a su instinto como agente de la Bolsa. Se dio maña el sagaz Ulises para llegar a su mesa, por cierto generosa en manjares, y llevarle como presente una tinaja de vino añejado.
Ebrio hasta los tuétanos, para vanagloriarse, el ingenuo Polifemo le enseñó su depósito de riquezas. La codicia enloqueció al hombre de Ítaca. De vuelta a la mesa, ofrendó otra tinaja a su anfitrión.
Tras una hora, el gigantesco cíclope resoplaba, profundamente dormido en su sitial, sosteniendo en precario equilibrio una copa medio llena con el eficaz brebaje. No vaciló Ulises en vaciar el único ojo del cíclope y huir con su tesoro sin escuchar sus maldiciones.
Después, lejos de aquellas tierras, y como acostumbran los héroes mitológicos, ideó una inverosímil superchería acerca de caníbales criminales, historia que fue recogida por un escritor oportunista y transformada en persistente éxito de ventas.

Diego Muñoz Valenzuela
Después de Troya. Ed. Menoscuarto.2015

2.303 – La última sirena

diego munoz valenzuela  La sirena se había descuidado en las últimas centurias: estaba rolliza, desgreñada y hosca. Uno que otro bergantín capitaneado por algún trasnochado y bajo el imperio de la neblina caía en su hechizo precario. Cuando el infortunado se percataba del mayúsculo error, ya era tarde: estaba encima de los arrecifes y los tritones comenzaban a dar cuenta de la carga interesante.
De tanto en vez, la espantosa sirena se encaprichaba con algún tripulante y los tritones lo arrojaban ante su cola escamosa y desvencijada. Lo convencían de hacerle la corte a cambio del perdón de la vida, promesa vana, de falsedad absoluta, que jamás se cumplió. A la ignominia de la posesión de la sirena senil, se agregaba la muerte.
El negocio iba de mal en peor y la banda se empobrecía. Más de una vez un tritón propuso conseguir una sirena encantadora, pero los mayores le hacían ver que ya no las había. Al fin la criatura feneció y a poco nadar los aburridos tritones siguieron su ejemplo.

Diego Muñoz Valenzuela
Después de Troya. Ed. Menoscuarto.2015

2.290 – Iras de Polifemo

diego munoz valenzuela  Una vez desembarcado en el país de los cíclopes con un cargamento de tinajas con vino para comerciar, Ulises comenzó a detectar posibles compradores. El más prometedor de sus prospectos era el viejo Polifemo, emparentado con el magnate naviero Poseidón (rumoreaban que era su hijo natural).
Polifemo era un borrachín insaciable, bien provisto de oro y piedras preciosas ganadas gracias a su instinto como agente de la Bolsa. Se dio maña el sagaz Ulises para llegar a su mesa, por cierto generosa en manjares, y llevarle como presente una tinaja de vino añejado.
Ebrio hasta los tuétanos, para vanagloriarse, el ingenuo Polifemo le enseñó su depósito de riquezas. La codicia enloqueció al hombre de Ítaca. De vuelta a la mesa, ofrendó otra tinaja a su anfitrión.
Tras una hora, el gigantesco cíclope resoplaba, profundamente dormido en su sitial, sosteniendo en precario equilibrio una copa medio llena con el eficaz brebaje. No vaciló Ulises en vaciar el único ojo del cíclope y huir con su tesoro sin escuchar sus maldiciones.
Después, lejos de aquellas tierras, y como acostumbran los héroes mitológicos, ideó una inverosímil superchería acerca de caníbales criminales, historia que fue recogida por un escritor oportunista y transformada en persistente éxito de ventas.

Diego Muñoz Valenzuela
Después de Troya. Ed. Menoscuarto.2015

despuesdetroya

2.046 – La casa despierta

diego m valenzuela  Cuando el sol emerge entre las montañas, la casa se despereza. El agua de la piscina comienza a circular por el filtro. Se activa el riego automático. Las luces del exterior se apagan. El refrigerador zumba alegremente. En la pantalla del computador no hay nuevos mensajes. El automóvil estacionado en el patio culmina su autodiagnóstico. Otros artefactos irán despertando en el día. La pareja duerme abrazada en su cama. Hace tiempo que no respiran; parecen muñecos de cera, secos e inmóviles. Una flor se abre a la mañana; sobre ella caen minúsculas gotas de agua arrastradas por el viento.

Diego Muñoz Valenzuela
Por favor sea breve 2. Ed. Páginas de espuma. 2009

1.488 – La habitación azul

diego m valenzuela Despierto en una habitación azul pastel, tapizada de cuadros de vivos colores. El cubrecamas es carmesí. Por una ventana entra el aire fresco del campo. Los objetos se ven levemente alargados, como en un cuadro del Greco o de Modigliani. Me incorporo y miro el piso de tablas resquebrajadas, donde se mezclan tonos de café y verde. Asomo la cabeza por la ventana y veo que es noche: inmensas estrellas como soles cuelgan del cielo. Me encuentro con el espejo. Unos ojos azules fulgurantes me contemplan bajo una cabellera roja y revuelta. El aire se revuelve en derredor, forma corrientes de color. Entonces comprendo quién soy. Tomo la navaja y corto mi oreja. La sangre brilla como mil soles furibundos y caigo entre lirios, girasoles y campos de trigo infinitos.

Diego Muñoz Valenzuela