1.564 – La frase final

raul ariza escritor 01 No consigo olvidarte. Y me dueles.
Este es el final de esa carta que hoy ya ha reescrito tres veces. Una frase contundente. Piensa. Contundente y emotiva. Se dice con una sonrisa complaciente.
Luego la ha firmado con su inicial, como hacía con los mails que le envió hasta conseguir enamorarla, y la ha metido en un sobre.
Pero aunque esta noche se acueste convencido de lo contrario, mañana no llegará a enviarla. Seguro que la sueña conmovida. Quizá incluso la imagine leyéndola con los ojos arrepentidos. Temblorosa, ante esta confesión de amor nocturna. Pero ni aún así llegará a mandarla.
Mañana, a la luz de la rutina, cuando lo cotidiano le impida volver a proyectar el color de su sonrisa, la voracidad de sus besos, o la forma de su cuerpo ovillado en el sofá, recordará que tampoco fue tan feliz a su lado. Conduciendo hacia el trabajo se dirá que la quiso mucho, sí, pero que ya no recordaba la última vez que ella le dio motivos para saborear el temblor del goce, o el pálpito de la aventura. Que la quiso de verdad, sí, pero que desde hacía ya mucho tiempo sus manías le resultaban trincheras insalvables, y aquellos feroces prontos de su genio, disparos imposibles de esquivar. Y entonces romperá el sobre, haciéndolo añicos y esparciéndolos al viento mensajero.
Pero cuando de nuevo se le venga encima la tarde temprana, cuando acabe la jornada y regrese al silencio de su casa, cuando vuelva a pasar por delante del espejo en el que un día se positivó el contorno de su hermosura, volverá a coger el bolígrafo y un puñado de folios.

Raul Ariza

La suave piel de la anaconda – ed. Talentura – 2012

1.556 – Ese trocito de acera

raul ariza escritor 01 Se acerca el verano y el día se ha estirado en luces. Hace ya una semana que las tardes remolonean, antes de palidecer bajo una calima angosta y seca que por momentos le trae el solaz recuerdo de unas caricias de madre.
El taxi suele dejarla un par de calles más abajo. A pesar de los tacones, a Aisha le gusta andar hasta alcanzar su puesto de trabajo, saludando mientras tanto a las compañeras que se encuentra por la zona. No es que tenga amigas entre la profesión, pero algo similar al miedo a la invisibilidad, le mueve a saludar o a devolver el saludo con un gesto cortés.
Llega con los pezones doloridos porque Abhu se ha pasado hoy mamando. Quizá se parezca a su padre en lo glotón. Quizá, porque no puede asegurar con plena certeza cuál de los dos tipos que la violaron antes de embarcar es el padre del pequeño. En cualquier caso, piensa en los ojillos vivaces de Abhu mientras se alimenta, se roza el pecho con enorme suavidad por encima del corpiño que lleva puesto, y sonríe sin disimulo, al tiempo que llega a ese trocito de acera en el que desde hace ya casi un año viene pagando el precio del peaje.
Ahora, apoyada en el alféizar de la ventana de lo que otrora fue un colmado, en la parte de la calle que a estas horas le da la espalda al sol, se abanica y espera, con sus enormes piernas cruzadas y ronroneando cancioncillas infantiles, a que Ngu, su chulo, haga la primera ronda.

Raul Ariza
La suave piel de la anaconda – ed. Talentura – 2012

1.385 – Por estas fechas

 Fue una vecina la que dio el aviso. Al llamar a la policía dijo que el gato de los del tercero, de pelo atigrado y carita de pena, llevaba maullando sin cesar desde hacía dos días. Y que eso le había mosqueado bastante, por lo inusual.
Al llegar se encontraron las persianas bajadas. Penumbra espesa y ese olor dulzón que según las novelas del género siempre anuncia la muerte. Un piso de dos habitaciones, salón, cocina y un baño. En ambos dormitorios, el de matrimonio y el que claramente era el del crío, con un papel azul hasta media pared y una cenefa con dibujos de nubes, los cajones estaban abiertos y vacíos. Durante todo el recorrido que los agentes hicieron por la vivienda, un gato les persiguió algo inquieto, maullando y colándoseles por entre las piernas. El tintineo del cascabel, junto con su desesperante quejido, rompía burlonamente el silencio clínico de aquella inspección ocular.
En el salón se encontraron el televisor encendido, con niebla en la pantalla. Junto al reproductor del DVD, uno de los agentes encontró la carátula abierta de una película de Frank Capra, y entre los dedos rígidos del hombre que yacía desangrado vena abajo en el sofá, una carta de despedida firmada por una tal Anabel, que terminaba con estas dos frases: «Y ahí te quedas con tu puto gato, mamón. Feliz Navidad».
Lo primero que ordenó el sargento fue que le pusieran agua al minino, a ver si conseguían callarlo de una vez por todas.

Raúl Ariza
La suave piel de la anaconda. Ed. Talentura. 2012
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1.204 – La astilla

 Por qué lo hiciste, le pregunta Fernando, emocionado. Y tras unos segundos de mirada baja, entre avergonzada y triste, Juanma niega con la cabeza y le contesta que ahora qué más da. Que lo hecho, hecho está.
A los dos hermanos les separa una mampara de cristal de seguridad, cuatro años de edad v un padre asesinado.
Esta mañana lucía un sol bien dispuesto. Antes de ir a la cárcel, Fernando ha salido a correr una media hora, ha desayunado tranquilo y se ha pasado por la oficina de empleo a que le sellaran la tarjeta del paro. Pensó también en ir a ver a su madre al hospital, pero después consideró que mejor la visitaba por la tarde, pues a los del pabellón de agudos del psiquiátrico, por las tardes les permiten salir a pasear por el jardín si van acompañados de un familiar.
Y qué haces ahora que no trabajas, le pregunta Juanma por hablar de algo. Pues no sé. Hago deporte,echo algún que otro currículum, voy a ver a mamá, responde Fernando como quitándole importancia a la cosa de su desempleo. Y has vuelto a ver a Rocío, pregunta de nuevo su hermano mayor. Sigue con ese otro tío con el que me dijiste que iba. A Rocío ni me la mientes, responde Fernando airado. No te pongas así, hombre. Si la cosa se ha terminado cada uno tiene derecho a hacer su vida como quiera. Así que acéptalo y punto, le dice Juanma exhibiendo madurez.
Antes de contestarle, su hermano pequeño dispersa una violenta mirada por la estrechez de aquella cabina aséptica y mal ventilada, y acaba diciendo con gesto fiero que Rocío es una puta y que ya se enterará cuando la pille.

Raúl Ariza
La suave piel de la anaconda. Ed. Talentura. 2012
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1.179 – A primera hora de la mañana

 No sé ni cuánto tiempo hicimos el amor, ni cuándo nos quedamos dormidos, pero nos despertamos a la mañana siguiente muy abrazados y al instante me di cuenta de que la tormenta había cesado. Tras varios días de lluvia, la mañana olía ahora a fresco y por las rendijas de la persiana medio bajada, se filtraba un sol que se antojaba amable y generoso.
Desayunamos con calma, deleitándonos con el café que ella hizo aún con mi pijama puesto. Yo preparé unas tostadas. Apenas hablamos durante el desayuno. No hizo falta. Nos miramos, eso sí, y sonreímos un par de veces mientras ella hojeaba el diario del día anterior y yo entornaba los ojos tratando de rememorar la dicha de la noche pasada.
Nos vestimos con premura, dada la hora Ella me acompañó hasta la puerta, me acarició suavemente los cabellos, arreglándome el peinado con sus dedos, y me despidió con un beso empapado en lágrimas de felicidad, deseándome al mismo tiempo que tuviera un buen día.
Camino del coche, aparcado un par de calles más abajo de su casa, anduve con paso firme, feliz y seguro. Decidido, de una vez por todas, a decirle por fin a mi mujer que todo se había acabado, que había conocido a otra de la que estaba perdidamente enamorado. A confesarle que todas estas noches que últimamente no he dormido en casa, no me he quedado de guardia en el hospital, sino que las he pasado gozando de un cuerpo más joven que el suyo y alimentándome de unas ganas y una vitalidad de las que ella carece desde que tuvimos a Marcos. Incluso he sonreído, reafirmando así mi compromiso.
Pero el coche ha tardado en arrancar al menos cuatro o cinco intentos y la hora se me ha echado encima. Me he agobiado pensando que si no llegaba antes de que ella marchara al trabajo iba a tener que dejar al crío con la vecina. Y ha sido entonces cuando mi ánimo ha decaído por completo.

Raúl Ariza
La suave piel de la anaconda. Ed. Talentura. 2012
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