3.369 – Recibió un caballero…

    Recibió un caballero por criado, al parecer simple, un mozo llamado Pedro, y por burlarse dél, diole un día dos dineros, y díjole:
— Ve a la plaza y tráeme un dinero de huevos y otro de ays.
El pobre mozo, comprado que hubo los huevos, se burlaban y reían de él, viendo que pedía un dinero de ays. Conosciendo que su amo lo había hecho por burla, puso los huevos en la capilla de la capa, y encima dellos un manojo de ortigas, y llegando a casa, díjole el amo:
—Pues, ¿traes recaudo?
Dijo el mozo:
—Sí, señor; ponga la mano en la capilla, y sáquelo.
Puesta la mano, encontró con las ortigas, y dijo:
—¡Ays!
Y dijo el mozo:
—Tras esto vienen los huevos, señor.

Juan de Timoneda
Cuentecillos para el viaje – Editorial Popular – 2011

3.362 – Reunión de sociedad

   La reunión en casa de los señores de B. estaba resultando francamente animada. Era una reunión de matrimonios. Todos parloteaban: se contaban anécdotas de viajes, de caza, problemas de circulación, chistes políticos, de actualidad o subidos de tono… En uno de esos lapsos que inevitablemente se producen en toda conversación general, el dueño de la casa, un señor más bien grueso, de gafas negras, que casi no había abierto la boca en toda la velada, afirmó alegremente: «Pues a mí me han hecho la vasectomía…». Se hizo un profundo silencio. Minutos más tarde los invitados iniciaron una discreta retirada…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.355 – Homenaje a un poeta latino

   De niña, sostuvo la agonía de un pájaro en su mano.
Muerta el ave, en los dedos siguió sintiendo el corazón del animal en el alado unirse con la nada.
Algunas tardes, en las luces más tenues de la ancianidad (aquellas que ni siquiera trazan sombras), abría las ventanas esperando un vuelo inalcanzable.

Rafael Pérez Estrada
(Los Oficios del Sueño, 1992)

3.348 – Caja negra

    Fragmento de la última conversación mantenida entre Miriam F. y Carlos M., registrado en la caja negra de su relación, hallada entre los fragmentos humeantes aún de su convivencia.
Necesito un poco de aire. Dejar de vernos, unos días sólo. No puedo respirar, entro en casa y tengo que abrir las ventanas porque siento que me ahogo… (Ininteligible) No es que ya no te quiera, yo te quiero. Te quiero, pero a lo mejor no de la forma que tú necesitas. (Ruidos, palabras inconexas) Si tú no me dices lo que te pasa cómo quieres que yo lo sepa. Qué soy yo. ¿Adivina? (Ininteligible) ¿Pero tú estás enamorado de mí? Que me quieres ya lo sé, al perro lo quieres también, yo no te estoy preguntando eso, te estoy preguntando si estás enamorado. (Ininteligible) No está funcionando el… (Ininteligible) A mí eso ya no me sirve, Carlos. No me sirve. Llevamos diez años así, diciendo el lunes cambia todo, y el lunes sigue siendo todo la misma mierda de siempre. (Se escuchan gritos y alguna observación confusa, seguida de llantos) Y qué es el amor, ¿tú lo sabes? Porque yo no lo sé. Yo no lo sé. Ni creo que tú lo sepas tampoco. (Suena un teléfono, sollozos) ¿Cuánto hace que no follamos? Digo entre nosotros. ¿Un año? (Ininteligible) Qué tiene que ver Rafa con esto. Deja a Rafa fuera, han pasado ya seis años, ¿tienes que sacarlo a Rafa a pasear cada vez que discutimos? (Llantos y gritos. Ininteligible) Hay otra persona en el radar. (Ininteligible) Qué se espera de mí, qué… (Ininteligible) Sigue. Sigue. Ahora estás hablando claro. (Ininteligible) Y qué hago yo ahora. Di. Qué coño hago yo ahora. (Gritos y llantos, seguidos de un fuerte estruendo. Silencio.)

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

aquiyacendragones

3.341 – El truco

   «… Y efectivamente, le cortaré la cabeza, señoras y señores».
El prestidigitador hizo una reverencia y el público estalló en carcajadas.
Salió un niño a la arena. Posiblemente el más feo, el peor vestido, el más desamparado de todos los niños que asistían a la función del circo.
El prestidigitador enseñaba la dentadura alrededor de la pista y el niño sostenía una sonrisa casi inmóvil, moviendo la cabeza, levemente inclinada. El prestidigitador le cogió por los cabellos, con la mano izquierda y con la derecha alzó un cuchillo.
—¡Qué horror!
La exclamación solitaria era enérgica y sincera, pero las carcajadas la borraron sin transición.
—Señoras y señores, esto es sumamente sencillo. Ustedes creerán ver lo que no vean…, mi habilidad es mucha, no en balde mi abuelo era verdugo, mi padre…, los tambores… maestros.
Comenzó el redoble, el prestidigitador dio un tajo y la cabeza del niño rodó por el suelo. La recogió en una espuerta y con la otra mano arrastró el cuerpo hacia el interior.
El público se sintió horrorizado durante unos instantes, pero después estalló en una ovación y en una salva de aplausos, mientras unos peones cubrían de arena el reguero de sangre que salía del cuello cercenado.

Antonio Fernández Molina
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.334 – Educación sexual

    Jamás en la vida había sostenido con su hija (única, por cierto) una conversación en torno al tema sexual. Se consideraba muy liberal y progresista a tal respecto, pero no había tenido ocasión de demostrarlo, porque daba la casualidad de que la muchacha nunca había preguntado nada, con gran decepción por su parte y descanso y tranquilidad para su mujer, que en este aspecto era timorata y llena de prejuicios. Pasaron los años, y un día la muchacha anunció que se iba a casar. «Tendrás que decirle algo», arguyó su mujer. Y una noche, padre e hija hablaron. ¿Qué le dijo el padre? ¿Qué cosas preguntó la hija? A ciencia cierta, no se sabe. El hecho es que la madre tuvo que esperar dos horas, y cuando salieron de la salita de estar la hija exclamó: «iMe dais asco!». Y se retiró a su dormitorio. La madre pensó que había ocurrido lo que temía. Su marido lo había contado todo, absolutamente todo.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.327 – Me he puesto a gritar…

 Me he puesto a gritar en mitad de la calle. Algún transeúnte, después de alarmarse, puso cara de sorpresa y siguió caminando. La rutina urbana de las doce del mediodía continúa inalterable: el barrendero barre, el perro mea, el coche acelera, el policía patrulla… A nadie le importa que a mí no me importe nadie; en eso debe consistir la indiferencia que se cuela por los subterráneos y se pega a la suela de nuestros zapatos con la insistencia de un chicle mascado. Tengo que irme antes de que alguien considere mi protesta un desorden público, tan subversivo como el mal aliento, como el sabor a nicotina o como bostezar en un concierto. Si mañana otro hace lo mismo que yo, si yo mañana hago lo mismo que otro, si unos cuantos gritamos y al menos dimite el gobierno que se apropió indebidamente de la castidad de un lirio, habrá comenzado una revolución insignificante, las únicas que merecen triunfar.

Mario Pérez Antolín
La más cruel de las certezas. Ed. Baile del Sol, 2013

3.320 – Búffalo Bill

    Le llamaban todos «Búffalo Bill«, por su vestimenta y por su manera de comportarse. Cogió su revólver y disparó al exterior subido a lo alto del muro que circunda el sanatorio psiquiátrico y que da a un huerto. «Un búfalo menos», dijo enfundando el revólver, y soplando antes para dispersar el humo producido. Fuera, en el exterior, un campesino quedó tendido en el suelo, mientras una mujer lanzaba gritos desgarradores arrodillada a su vera. «Búffalo Bill» contempló el espectáculo y no se inmutó. Minutos más tarde se retiraba. De esta manera no pudo observar cómo el campesino y la mujer se ponían en pie. La pareja estaba ya acostumbrada a estas «actuaciones de Búffalo Bill». Pertenecían al personal del sanatorio y cobraban un plus que la familia del enajenado pagaba religiosamente.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/