3.658 – La clepsidra

  Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.

Javier Puche

3.651 – Teoría sobre Barranca Yaco

  Durante muchos años el capitán Santos Pérez esperó a Facundo Quiroga (cuando Quiroga era todavía un joven arrebatado) en Barranca Yaco. Pero Quiroga se cuidaba muy bien de pasar por allí. Lejos de Barranca Yaco cosechó un triunfo tras otro. La gloria y el poder lo envalentonaron. Terminó por creer que Barranca Yaco no existía, que era un sueño, una superstición, un mito creado por antiguos terrores juveniles ya vencidos. Desde entonces anduvo despreocupadamente por todas partes y, en una de esas, pasó (cuando ya contaba cuarenta y dos años) por Barranca Yaco y allí seguía esperándolo el capitán Santos Pérez con su partida de asesinos.

Marco Denevi

3.644 – El amenazado

  Es el amor, tendré que ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única ¿de qué me servirán mis talismanes; el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó al áspero norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?.
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que me miran por las ventanas, pero la sombra no me ha traidor la paz.
Es, ya lo sé, el amor; la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con su mitología, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos se cercan, las hordas (esta habitación es irreal; ella no la ha visto). El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Jorge Luis Borges

3.637 – Lo típico

  «Lo típico», acerté a responder cuando Eva me preguntó en el recreo que qué me habían traído los Reyes. Por suerte a ella los Magos le habían puesto un movil de última-nueva-súper-mega generación que la tenía bastante entretenida y no pidió muchas mas explicaciones. «Lo típico». Se me escapó una sonrisa. Aquellas Navidades habían sido de todo menos típicas:
Después de dos años viéndose a escondidas, que ella cree que no, pero yo sé que si, mamá pensó que la cena de Nochebuena era el momento indicado para presentar a la familia a su novio Eduardo que llegó sonriente y ya nunca mas se fue. El que retiró mas temprano de lo normal aquella noche fue el tío Gerardo. Cuando fui a buscar la bandeja de los turrones a la cocina escuché a tía Berta decirle a mamá, «de saber que Eduardo era el antídoto contra el cuñadisimo, te lo hubieras traído antes». Ambas se rieron.
Eduardo es médico pero no tiene trabajo así que desde Nochebuena ha tomado el mando de la casa. Cocina medio bien y hace un chocolate exquisito con una pizquina de sal con el que Martina se relame. Y él sonríe al verla disfrutar. Es un año y dos meses mayor que mamá pero no lo parece y menos cuando sonríe. Yo no le creía la edad hasta que me enseñó el pasaporte.
-¿Ves? 16 de julio de 1969″.
-Jo, pues pareces mas joven.
-Gracias… Muchas gracias, pero esto último no hace falta que se lo digas a tu madre.
Y vuelve a sonreír, reímos los dos.
Me cae bien porque canta mientras cocina, porque tiene a mamá entretenida y por su sonrisa enorme. A mamá… bueno ya os podéis imaginar a mamá lo bien que le cae Eduardo.
Y Martina… La verdad es que Martina está encantada porque cree que desde Nochebuena vive con nosotras en casa el Rey Baltasar.

Aitana Castaño Díaz
http://sairutsa.blogspot.com.es/2016/01/lo-tipico.html

3.630 – Detrás de una puerta…

  Detrás de una puerta cerrada es posible encontrar los más inverosímiles horrores y también extraordinarias formas de la felicidad. Cuando la puerta se abre, el número de posibilidades, que era infinito, se reduce a uno y entramos, por ejemplo, en un baño (es lo más común) o en nuestro propio dormitorio. Y cómo probar que esa realidad que se alza sólidamente ante nuestros ojos es la misma que nos aguardaba, agazapada, cuando estábamos tan cerca pero fuera de ella, detrás de esa puerta que volveremos a cerrar al salir para permitir una vez más el auge y la decadencia de los innumerables universos.

Ana María Shua
Cazadores de letras. Ed. Páginas de Espuma.2009

3.609 – Clareando

  Hoy he visto salir apresurado a Sebastián, el oculista, de la tienda de encurtidos. Ha entrado en su óptica justo en el momento en el que Felipe, el dueño de las olivas y los pepinillos, aparecía por la esquina. Cuando este ha llegado a su establecimiento, Mercedes, que es su esposa, justo volvía de la trastienda retocándose el pelo y la bata blanca. Al momento, Sebastián ha salido a su puerta a fumar nervioso y me ha visto en la ventana. Le he mantenido la mirada por primera vez. Y él a mí. Y justo en ese momento he decidido dar por terminado el luto. Ahora mismo me pongo ropa clara y voy a que me mire la vista. Ya va siendo hora de que me hagan un repaso.

Miguelángel Flores
De lo que quise sin querer – Ed. Talentura – 2014

3.602 – Giros

  Anoche discutimos por el mando de la tele. Pero luego, en la cama, nos acariciamos un poco y susurró mañana eliges tú el programa, amor. Y también: puede que tengas razón y sea buen momento. Me subió el camisón y por una vez no alargó la mano hasta el primer cajón de la mesilla, sino que entró desnudo y tembloroso, como un adolescente, y siguió invocando con palabras al hijo que no sabíamos imaginar.
Esta mañana nos levantamos a las siete. Mientras me duchaba, hizo el café. Al salir del baño me extrañó no oírlo silbar. Me acerqué a la cocina a medio vestir, con el pelo mojado. Pero estaba vacía: solo encontré la jarra de leche dando vueltas en el microondas.
Me he quedado un rato mirando la puerta de cristal. Fijamente. Como quien se asoma a su futuro. La leche burbujeó, lamió el borde del recipiente y se ha desparramado en dibujitos que igual significan algo. Aunque yo, francamente, no entiendo nada.

Nuria Mendoza

3.595 – Mujer devorando una pantera

  Y se levanta, y el corazón del animal aún palpita entre los despojos, y ella hace ademán de limpiarse —la boca, el rostro, los brazos, el pecho—, pero decide quedarse quieta y contemplar la escena un rato más.
Un minuto, quizá dos, y luego volverá a sus quehaceres diarios —la comida, la ropa, la compra, los niños—. Nada de eso importa ahora que sabe de lo que es capaz.

María José Barrios