Y de repente mi hermana Leonor se incorporó dentro de su ataúd y me apretó el antebrazo. Lloré de felicidad, pensé que después de todo Dios había atendido mis plegarias y su muerte no había sido más que una pesadilla. Pero entonces ella soltó una carcajada de ultratumba y dijo todo aquello de que llevaba diez años acostándose con mi marido en mis narices, sin que yo me enterara de nada porque era tonta perdida. Luego volvió a morirse y yo me pasé el resto del velorio con los ojos secos y su mano entre las mías, clavándole el filo de una llave en la palma hasta que cerraron el féretro.
Un comentario en «1.461 – Tierra en los ojos»
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Muy bueno. Me ha encantado, Patricia.