Decidió llevar a cabo una huelga de hambre. Había muchas cosas con las que no estaba de acuerdo. Vivía en una modesta pensión y era funcionario del Estado. En la oficina donde ejercía su trabajo no se atrevía a proferir protesta alguna. Pero pensó que en su habitación nadie podría impedírselo. La patrona le preguntó si se encontraba en sus cabales. Se sintió incomprendido. Al cabo de una semana totalmente desfallecido, fue recogido por unos camilleros, que lo trasladaron a un centro psiquiátrico. Le administraron suero y le obligaron a comer. Al cabo de tres meses, ya recuperado, volvió a su puesto de trabajo. Le comunicaron que durante su ausencia se había prohibido al personal tomar bocadillo alguno durante la jornada laboral. Como protesta se comió diez bocadillos seguidos. La segunda vez estuvo internado cinco años en el susodicho centro psiquiátrico.