Cuando descubrí en Alta Gracia aquella tetera en forma de cabeza de negra fumando un cigarro, imaginé la posibilidad de reunir un museo de objetos monstruosos; pero muy pronto comprendí que ese depósito sería como una enfermedad en la casa y que yo pasaría por el lugar atroz, con asco y aun con miedo. Hay que vivir lejos de las cosas feas, me dije: no tolerar que la perversa curiosidad nos eche en brazos de cualquier mujer ni que en la lista de obras aparezcan los primeros libros.