¿Será él? Veinticinco años habían transcurrido desde su última carta fechada en el frente. «Mamá, tengo miedo y me siento muy solo…». Confesiones inoportunas que solamente servían para acrecentar el dolor de sus padres. La noche que murió reclamó su presencia en vano, cientos, miles de veces… Nadie le oyó, murió desangrado en tierra de nadie, en el anónimo más absoluto, con los intestinos al descubierto, por culpa de la metralla. Y ahora, un comunicado oficial les invitaba a trabar conocimiento, a examinar a un prófugo cuyas características físicas y ciertos detalles le significaban como presunto hijo… «¿Será él?». No pudo conciliar el sueño en toda la noche. «Duerme, mujer, mañana se verá». Para él era lo mismo. La vida no tenía ningún aliciente. Y no pensaba llorar más. Lo importante era no pensar. Los ojos fijos en el televisor, en los periódicos. Ahora ¿qué significaba el retorno? El tiempo es traicionero. Un rostro inexpresivo, escaso pelo, demacrado… ¿Era él? Lo examinaron de arriba abajo, incluido el dedo meñique. «Mi hijo tenía el dedo meñique de la mano izquierda torcido. Se lo rompió jugando al fútbol y tuvo mal arreglo…». Aquel individuo tenía un dedo meñique normal. Su única anormalidad la constituía su ceguera provocada por la guerra química. Una gran contrariedad, desde luego. La mujer se dio por vencida, y el marido se sintió liberado. La despedida resultó un tanto embarazosa. «Adiós», musitó ella, sin atreverse a tocar aquellos brazos que intentaban asirla. Una vez en la calle, la mujer tuvo un momento de vacilación… Se detuvo. «Estoy recordando que no era el meñique de la mano izquierda. Y no me he fijado en su mano derecha…». «Vamos, mujer, vamos». El marido la empujó suavemente hacia adelante y lentamente la pareja dobló la esquina…