Todo empezó cuando era pequeño. Me obligaban a hacer las mismas cosas varias veces, las mismas cosas exactamente: recitar el poema que me había aprendido en la escuela, tocar la única pieza que me sabía entera al piano, hacer aquella mueca tan graciosa… una vez tras otra y otra y otra. No acababa nunca. Por eso estoy resignado a que no me toque la maldita primitiva, aunque juegue todas las malditas veces a los mismos malditos números, una vez tras otra y otra y otra. No acabará nunca. Nunca. Mi abuelo, mi pobre abuelo, que había jugado toda la vida al mismo número de lotería, al mismo siempre, tampoco sacó nunca ni un duro. Y antes de morir me dijo: tú insiste, repite, no te canses, que si no me tocó a mí, a ti seguro. Pero nada. En fin, que tengo que dejar de hacerme ilusiones, esas ilusiones que enturbian mi mente de trabajador asalariado con sueños de lujos imposibles, como por ejemplo una bañera redonda, sí, una bañera redonda y rosada llena de espuma y alguien que me frote la espalda de arriba abajo, de arriba abajo, y de fondo una música suave, suave y sublime, pero no de disco compacto, no, sino en directo, toda una orquesta de cámara en el cuarto de baño, entre los vapores calientes de esa agua llena de espuma. De espuma y dinero. Dinero. Y todo el dinero tenerlo a mi lado, ahí mismo, ahí mismo exactamente, en mis maletines, a la vista, al alcance de las manos mojadas por las aguas vaporosas de mi bañera rosada, y guardias de seguridad alrededor de toda mi mansión para protegerme a mí y a mi fortuna incalculable. Solo de pensarlo se me pone la carne de gallina.
De gallina y de gallina.
DIAGNÓSTICO : Batología (Repetición innecesaria de vocablos que se hace al hablar o al escribir).