1.002 – Mi matrimonio

 Mi marido, el pobre, se ha hecho viejo antes que yo. Viejo de la cabeza. Después de tantas cosas como hemos vivido juntos, tantos proyectos como habíamos hecho para la tercera o cuarta edad, me encuentro ahora con que, en lugar de compañero, tengo al lado una especie de niñito indefenso y caprichoso. Lo peor de todo es que, con el fin de no herir su creciente y enorme susceptibilidad, me las veo y me las deseo para que no se dé cuenta de que tengo que repetirle las cosas veinte mil veces, que si no, las olvida. Pero ni así. Solo para que se acuerde de subir el pan -y no se lo pido porque no pueda bajar yo, que acabaríamos antes, sino para que se sienta útil-, tengo que hacer mil y un malabarismos: «Cuando pases por la panadería, pregúntale a doña María si le debemos algo». Al cabo de un rato: «Por cierto, a ver si está hoy el pan más bueno, porque lo que es ayer…». Luego, mientras tomamos un café descafeinado: «Si te encuentras con Paco en lo de doña María, podrías preguntarle por lo de la excursión». Más tarde: «Esta salsa que estoy haciendo hoy va a conseguir que te acabes la barra de pan». Un poco después: «Me ha dicho la del quinto que van a subir el pan no sé cuántos céntimos». Y por fin, antes que salga de casa:
«Con la hora que se ha hecho, si ya no le quedan de cuarto normal, tráete una sin sal». Aún así, a veces vuelve sin el pan -pero con una escoba nueva, por ejemplo- y me toca bajar a mí. En ocasiones he llegado a pensar que se burla de mí, que se está vengando de algo. Pero no. Es que está viejito, mi Pedro.

DIAGNÓSTICO: Conmoración (Figura retórica por la cual se insiste en alguno de los puntos tratados, para grabarlo más profundamente en el espíritu del lector u oyente).

Flavia Company
Transtornos literarios, ed. Páginas de espuma – 2011

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