Los viernes en la noche suelo verla.
El restaurante barroco acostumbrado, que elige ella… Única, resplandeciente, seductora.
Un leve temblor me asalta siempre. Se esfuman mis años cuando la miro. Estas emociones a mi edad, pienso…
Persigo cada movimiento suyo.
Ella intuye mi presencia. Se aproxima a la mesa reservada, se sienta.
Su sonrisa me pertenece, aseguro.
Finalizada la cena, en el tocador arregla su pelo, colorea sus labios.
Escondido detrás de los muros, contengo esta pasión adolescente, mientras su marido paga la cuenta, la toma del brazo, roba la sonrisa y se la lleva a su casa.