Compadrito y audaz, ahí va Rickie. Chomba celeste y pantalón vaquero. Patillas en forma de reja de arado y profusa melena casi enrulada sobre la nuca. Con porte insolente, que parece dueño del mundo, ahí va Rickie.Salió del «Bar Tokyo» en dirección al oeste por la calle San Martín. A pocos pasos abrió el paquete de Parliament que tenía en la mano. Después de encender un cigarrillo, alguien caminando apurado, golpeole el codo haciendo caer su caja de fósforos de palo.
-Perdone, amigo, fue sin querer.
Expeliendo con moroso fastidio la primera bocanada, lo miró de arriba abajo y, abruptamente, crispado de ira, pateó la caja sembrando de palitos la vereda.
Dos cuadras después, detenido a charlar con un compinche vendedor de frutas, quiso encender otro cigarrillo. -¿Tenés fósforos?
-No.
Sin decir nada, la faz atribulada por rictus de impaciencia escrutó uno a uno los hombres que pasaban. ¡Al fin venía uno fumando!
-Déme fuego ¿quiere?
-Con mucho gusto; y le extendió el pucho para que encendiera.
La respiración del humo rubio pareció borrar balsámicamente su fastidio.
Como no agradeció el favor, el hombre que lo hizo se lo recordó con sorna:
-Gracias…
Y acentuando la misma, agregó:
-Tenga también la caja. Es la suya. Yo recogí los fósforos del suelo…
-¡Ah, sí! -farfulló.
Y arrebatándosela brutalmente, brutalmente la estrelló en medio de la calle.
-Vaya, recójala otra vez…