El uno se encontró con el otro, y se alegraron: eran dos para contarse. Llegó luego otro más, y los tres se hicieron amigos. Más de la cuenta.
Dos por tres se veían, los seis de cada mes. Ese día -6, infaltable cita- los tres se multiplicaban por agradarse mutuamente, contándose innumerables cosas hasta bien entradas las 18.
Pero una vez, en el habitual lugar de encuentro, se les sumaron otros y otros y otros más. Llegaron a ser mil y una noche fue cuando se convirtieron, para siempre, en cuento.