Ocupábamos la misma habitación en el Hospital General de la ciudad. Pero nuestro estado sanitario era muy diferente. Mi acompañante se encontraba como alelado y apenas si decía palabra. Dormía, y dormía, y sobre todo roncaba. Con él al lado era imposible conciliar el sueño; y me encontraba muy nervioso sin haber podido dormir en toda la noche, inquieto y atemorizado, además, por lo que pudiera pasar.De pronto, con una cierta urgencia, entró un enfermero con una camilla.
-¿Para operar? -preguntó.
Yo señalé a mi compañero y en unos minutos la habitación quedó despejada.
¡Por fin! Sentí un gran alivio y por primera vez en tres días respiré tranquilo y me encontré en paz. Pensé, claro está, en el pobre señor que se habían llevado. Iba durmiendo cuando lo sacaron y apenas se enteró de nada. Cuando quizás se enterara sería cuando le cortaran su pierna sana en vez de la mía gangrenosa. Pero es que me había asustado tanto el camillero que no encontré otra salida que la que adopté. Lo siento.
José Antonio Ayala