Me veo en el espejo. Mi melena pinta cuatro canas más.En mi frente aún no aparecen surcos, ni en la comisura de los ojos color miel que no te desnudan desde hace mil eternidades. Y mira que me río.
Mis labios siguen siendo delgados, pero están algo secos. Quizá desde el último beso que me diste. Aquel con el que me dijiste «Hasta pronto».
Veo mis manos y las encuentro inútiles. No se dónde he de ponerlas para que recuperen el sentido del tacto: desde que no te tocan, han perdido la delicadeza necesaria para incitar batallas. Tampoco han sabido enredarse en otras manos.
Quizá mis hombros estén un poco cargados: pesa tanta vida sobre ellos, que se han inclinado un poco hacia delante. Pero siguen sosteniendo, con cierta gracia, el cuello al que tanto honrabas.
Mis senos están tristes. No es que se hayan dejado vencer por la fuerza de gravedad. Ni que hayan perdido volumen o su capacidad de responder a tu recuerdo. No, es que están anhelantes de tu boca. Me parecen, así, a simple vista, como un par de flores que, aunque bellas, están faltas de color.
El ombligo reclama mi atención. Apenas y me doy cuenta: ¡ha susurrado tu nombre!
Mis piernas, aún largas y esbeltas, bailotean al recordar cómo rodeaban tu cintura «con la medida exacta» -decías- mientras te ibas perdiendo entre ellas.
Entonces mi pubis parece renacer por un instante. Otra vez, los recuerdos le han jugado una mala broma.
Como bromistas son los dedos de mis pies, esos con los que tanto te gustaba jugar y que ahora escondo por temor a que sigan corriendo tras tu imposible huella…
Alejandra Díaz-Ortiz
Me resulta extraño verme a mi misma… 😉
Gracias!
me quedao sin palabras…
Triste, pero muy bello. No sé de qué manera, pero estoy convencida que el amor que encierran estas lineas ha de llegar a su destinatario.