Cuando alguien le pregunta sobre el padre de sus hijos, lo primero que recuerda es la sensación de ardor en las mejillas. Lo sintió el día que lo vio en la plaza, tan lejano. El rubor le maquilló la cara cuando él la miró por primera vez. Esa misma noche, él le propuso un trato: ella aceptaba pasear cada día y él se comprometía a quererla toda la vida.
Despertó con un fuerte ardor en el estómago —«Son los nervios» le consoló su madre—, el día que firmaron aquel papel con el que él cumplía su promesa: una vida juntos, en las buenas y en las malas.
Un doloroso ardor mezclado con lágrimas y sangre fue lo que sintió cuando le sorprendió con la primera bofetada. Desde entonces, el trato tácito fue que, él le pedía perdón y ella se callaba.
Diez años después, no hubo tiempo para más tratos: mientras una ambulancia la llevaba al hospital, a él le obligaban a dejar la casa.
Pero a ella, le sigue ardiendo el miedo.
Alejandra Díaz-Ortiz
Querido Carlos:
Significativo día para rescatar este cuento.
Gracias.
A.
arden muchas cosas…