Cabeza de ratón

GAL_6875re En un país cercano habían (así con ene y en plural) tantos poetas y sabios que una vez en un congreso de bardos un león entró, se comió uno y nadie se dio cuenta. Si un ilustre dijo: «León», fue sólo para buscarle rima a camión o a circuncisión. Las actas no son claras sobre el particular. Nadie extrañó los versos del devorado, ni cundió el pánico. Otro ocupó su lugar en la polémica del día: que si el verso de Fulanito era una copia del de Zutanito… y en apoyo de sus opiniones citaban a otros poetas que tampoco habían leído. Se remontaban a Perengano en Grecia y a Mengano del neoclásico tardío español. Alguno sacó un verso de una enciclopedia, como de la chistera de un mago, cual conejo peludo y lo citó mal; otro trajo a cuento un latinajo sin ton ni son y uno más allá se indignó por el «pobre uso de la lengua de Catón, el cantor del amor» (sin duda se refería a Catulo). El ambiente se caldeó y se dijeron entre sí, sin saber con cuánta razón: «ignorante», «tienes agua tibia en la azotea» y alguno que tenía un diccionario de sinónimos resucitó, respiración boca a boca y vigoroso masaje cardiaco, la palabra estulto; luego la leyó en voz alta entre suspiros. Entre tanto el león se atragantaba opíparamente y una vez la panza llena de «Letrados a la bizantina», se animó a escribir unos versitos mientras hacía la digestión.

Carlos Alberto Jáuregui Didyme-Dôme

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