
Del lado paterno, otro tanto de lo mismo: un chino cantonés que trabajaba en las obras del ferrocarril de San Francisco, se escapó y fue a dar a Sinaloa, donde se emparejó con la madre de mi padre.
De mis padres, poco más que decir: él se fue a Bolivia, dizque para hacer la revolución con el Che. Mi madre se quedó conmigo y con un medio ruso, medio oaxaqueño, al que siempre he llamado padre.
Así pues, siguiendo la tradición familiar, no es extraño que yo me dejara robar el alma por uno de los suyos y me brincase el enorme charco atlántico para venir a parir a esta linda andaluza de piel blanca, rizos negros, ojos rasgados y acento confuso que, seguramente, tendrá unos hijos rubios y de ojo azul, como su padre…
El agente selló el pasaporte con el visado de entrada al país.
Alejandra Díaz-Ortiz