Mi madre es una mujer devota y piadosa que no merecía un hijo como yo. Todo el bien que ella les hacía generosa a los demás, yo lo destruía y profanaba. Y si ella era pura y temerosa de Dios, yo era blasfemo y pecador hasta la náusea. Pero Él en su infinita bondad ha vuelto a escuchar las plegarias de mi madre y otra vez ha unido mi alma con mi cuerpo. Quiero moverme y no puedo, trato de arañar la madera y me resulta imposible, intento gritar y sólo consigo que una turba de gusanos descienda por mis entrañas podridas. Y lo peor es que seguirá rezando y pidiendo siempre el mismo milagro, porque Dios me ha castigado con una madre santa.Fernando Iwasaki