La reina de Saba era la mujer más hermosa y más rica de su tiempo. Visitó a Salomón para proponerle una alianza comercial, pero debajo de ese guante ocultaba las uñas de su verdadero plan: el matrimonio. Un matrimonio, por lo demás, que al hijo de David le venía como anillo al dedo porque las campañas bélicas, la construcción del Templo, de la Casa Real y de las veinte ciudades nuevas que le regaló a Hiram de Tiro y la vida fastuosa que llevaba (sesenta consortes, ochenta concubinas incluidas) habían vaciado sus arcas. Seducido, pues, por la belleza de la reina y por la posibilidad de calafatear sus finanzas, Salomón estaba dispuesto a quebrantar una vez más las prohibiciones de la ley y a casarse con una extranjera. Pero la reina de Saba, una noche, al término de un festín, tuvo la ocurrencia de poner a prueba, con acertijos, con enigmas, con preguntas embarazosas, la sabiduría del rey sabio. Salomón se encontró con una rival que casi estaba a su altura. Debió sudar la gota gorda para salir del paso, pero la reina regresó a Saba sin socio y sin marido.
Marco Denevi