Después de haber hecho muy buenos negocios en la feria, vender todas sus mercancías y llenar su bolsa de oro y de plata, quería un comerciante ponerse en camino para llegar a su casa antes de la noche. Metió su dinero en la maleta, la ató a la silla y montó a caballo.Detúvose al medio día en una ciudad, y cuando iba a partir le dijo el mozo de la cuadra al darle su caballo:
-Caballero, falta a vuestro caballo un clavo en la herradura del pie izquierdo trasero.
-Está bien, contestó el comerciante; la herradura resistirá todavía seis leguas que me restan que andar. Tengo prisa.
Por la tarde, bajó otra vez para dar de comer un poco de pan a su caballo. El mozo salió a su encuentro y le dijo:
-Caballero, vuestro caballo está destrozado del pie izquierdo; llevadle a casa del herrador.
-No, no hace falta, contestó; para dos leguas que me quedan que andar aún puede andarlas mi caballo así como está. Tengo prisa.
Montó y partió. Pero poco después comenzó a cojear el caballo, algo más allá empezó a tropezar, y luego no tropezaba ya sino que cayó con una pierna rota. El comerciante se vio obligado a dejar allí al animal, a desatar su maleta, echársela a las espaldas y volver a pie a su casa, donde no llegó hasta muy entrada la noche.
-Aquel maldito clavo de que no quise hacer caso, murmuraba para sí, ha sido la causa de todas mis desgracias.
Lectores, corred despacio.