3.594 – De las buenas costumbres

  Los números cuadrados del taxímetro se iluminan, veo los ojos horrendos del taxista en el espejo y la coronilla de su cabeza con un par de orejas renegridas. Pienso en mi falda, jalo el borde para cubrirme las rodillas, imagino la impresión que debo darle tomando un taxi a esta hora, con la oscuridad apenas espantada por el alumbrado público, nebuloso e intranquilo. Lo que debe pensar de una mujer que anda en esta ciudad sin compañía. Debe oler el semen tibio aún entre mis piernas, debe oler la saliva que hiela los recovecos de mi oreja; seguro sabe que me robé un cenicero del hotel y que lo traigo en la bolsa. Nos vemos a través del espejo retrovisor, intento y no puedo identificar las calles, sólo la oscuridad ignota.
—No se preocupe señorita, a las niñas buenas, no les pasa nada.

Claudia Morales

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