3.518 – Historia sin Lobo

    Este hombre despierta mi hombre. Llega tarde a la cena de autores a la que he sido invitada. Inapetente, apenas si he tocado un par de bocadillos. Saluda y entre el alboroto, queda a mi lado. Es sencillamente un encantador. Toca su flauta y ya me bamboleo y salgo de la cesta. Su olor me abre. Platicamos sin ocuparnos de los otros: de las anguilas que discurren ciegas por su deseo en un libro de Cortázar, de los mingitorios del Bar del Diego «tan inodoros y límpidos que se podría beber agua de ellos». De pronto me pasa la mano por debajo de la mesa. Descubre el bulto que sólo para algunos me crece. «No sabía que las mujeres tuvieran pene», susurra a mi oído. Siento la presión en la entrepierna, casi dolorosa, y le sonrío porque también ha despertado mi hambre. Un camarero coloca un plato de cerezas y quesos en la mesa. Tomo uno de los frutos entre mis dedos y, golosa, comienzo a devorarlo. Mi hombre se levanta y se dirige al baño. Luego de unos segundos en que contesto una pregunta de otro de los invitados, me excuso para ir al tocador. Abro el que no me corresponde. Ahí está mi hombre. No se sorprende al verme pero tiembla y se sonroja con una fiebre repentina. Me aproximo a él y le acaricio sus tímidos senos de doncella encantada. Por fin despiertan. Le digo: «Vaya, vaya… están crecidos» y me inclino a sorberlos. Mi hombre gime rotundamente abierto. Con urgencia, palpa otra vez mi bulto, cada vez más hambriento. Ahora sus ojos son una súplica ardiente. Entonces le ordeno: «Date la vuelta». Sus manos se apoyan en el borde del mingitorio mientras le confieso: «Ahora sí, voy a comerte…»

Ana Clavel

Deja un comentario