3.321 – El indudable dramatismo de la lluvia

    En los entierros de la ficción siempre llueve. Llueve en los callejones sórdidos, donde los borrachos dirimen sus diferencias a botellazos. Llueve indefectiblemente tras las violaciones, mientras la víctima alcanza con dificultad el portal de su casa y se encoge llorosa en el segundo peldaño de la escalera. Llueve cuando los personajes se entristecen y miran por las ventanas de sus áticos, añorando algo o a alguien. Cuando no reciben la ansiada llamada, cuando la distancia se hace insalvable. Llueve, por supuesto, en el abrazo doliente de una madre a su hijo, cuando carga con su cuerpo pequeño por el centro exacto de la calle, y llueve sin remisión en el momento definitivo de la muerte.
Si los meteorólogos lo advirtieran, quizá basarían sus predicciones en el ánimo de las personas. Laura ha sido abandonada por su novio y duda si interrumpir el embarazo de su tercer hijo, por lo que se aproxima un frente nuboso a última hora de la tarde. A Martín le han echado hoy del trabajo. Mezcla Tanqueray con cerveza en la barra de un bar de mala muerte (¿acaso la hay de algún otro tipo?), mientras selecciona escrupulosamente las palabras con las que se lo contará a su mujer, de modo que las precipitaciones alcanzarán hoy los seiscientos metros cúbicos en su calle. Manuel está a punto de averiguar que su madre, a la que creía haber perdido cuando sólo era un niño, está recluida en una institución psiquiátrica de la que no podrá salir jamás, por lo que Protección Civil recomienda a la población que no salga de su domicilio ante el riesgo de que la intensidad de las lluvias desborde ríos y pantanos.
Llueve sobre los diagnósticos desfavorables, sobre las despedidas, sobre los abandonos y los descubrimientos trágicos. Llueve sobre las estaciones y los cementerios, sobre las ausencias transitorias y las definitivas. Llueve sobre rupturas y reconciliaciones, sobre la soledad y el miedo; llueve sobre el dolor de las madres, que es tres veces dolor. Llueve, digámoslo ya, por no llorar.
Llueve también ahora que termino estas líneas, y me pregunto qué inevitable tragedia estará a punto de sobrevenir.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

aquiyacendragones

Deja un comentario