Al duque de Medina, D. Juan Claros, quisieron regalar los de Chiclana con un presente. Votábalo en su Concejo: unos eran de parecer que el regalo fuese de piñas; otros, cuyo voto prevaleció, acordaron que fuese de brevas, que las hay en aquella villa bonísimas.
Hincheron un costal de ellas, y atravesándose sobre un jumento, se sentó encima el embajador, acompañado de otro.
Llegaron como se puede entender del buen avío, y viéndolas el duque, mandó a sus criados que, atando a un poste al que las traía y desnudándole el medio cuerpo, se las tirasen todas.
Hízose así, y a cada golpe volvía el paciente al compañero, diciéndole:
—Mas ¡si fueran piñas !…