2.375 – El presidente

leon_de_aranoa  El Presidente quiso tener a su pueblo cerca, por eso mandó a sus tropas a reclutarlo.
De las clases más bajas le trajeron a un varón, a un loco, a un pocero, a un anciano y a un niño. Colectaron también a un sano y a un ciego, a un rico y a un pobre, a un cojo y a un justo. Y a una santa y a una puta; y a un valiente y a un miedoso, que al poco murió de miedo. Pensó entonces el Presidente que su muestra estaría incompleta sin el alma indescifrable de los artistas. No bien lo pensó prendieron a un pintor, a una musa, a un poeta. Y a uno bajo y a otro alto, y a un triste y a un despreocupado; a uno que lloraba, a otro que una vez dudó; a una mujer fea y a otra bella, a un inquieto, a un tranquilo, a un atleta.
A todos los encerraron en el Palacio de Gobierno, donde el Presidente, cerca al fin de sus súbditos, estudiaría sus reacciones, les hablaría, quizá les comprendería y, al comprenderles, podría gobernarles mejor.
En definitiva, les amaría. Y amándoles a ellos, calculaba, amaría a su pueblo entero. -Pero los malditos no lo entendieron. Trataron de escapar. Protestaron, lloraron, se revolvieron; enarbolaron palos y revoluciones, organizaron sangrientas revueltas, anunciaron huelgas de hambre y tejieron disturbios, que fueron reprimidos con la violencia diáfana del despecho.
Entristecido, el Presidente terminó por matarlos a todos, sin comprender que, ahora sí, al matarlos mataba a su pueblo entero.

Fernando León de Aranoa
Aquí yacen dragones. Seix Barral, Biblioteca Breve.2013

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