El hombre había caído atravesado a las vías del «metro» y muerto en el acto, porque un convoy, segundos después, pasó sobre su cuerpo y lo destrozó, ante el horror de los pasajeros que permanecían en el andén. El cuerpo sin vida fue cubierto con una manta, en espera de los trámites oportunos. Se reanudó la circulación y los convoyes pasaban por encima del cadáver. Era domingo y había escasa concurrencia. Tardaba en llegar el juez, o quizá no le dieron el aviso. El hecho es que todos se fueron olvidando del incidente. Luego, el paso veloz de los vagones terminó por desplazar al cadáver o lo que quedaba de él. Un convoy se llevó una pierna, otro un brazo… Al cabo de unos días no quedaba ni la manta, roída por enormes ratas cuando la circulación se interrumpía por la noche.