Todos le tenían por un hombre serio, equilibrado y honesto. Pero por culpa de un cáncer murió. Dejaba viuda, cuatro hijos y una discreta pensión. La mujer, compungida y llorosa, se dispuso a afrontar la vida y a honrar la memoria de su marido. Cierto día, curioseando en la mesa de trabajo de su difunto marido, descubrió una agenda de cierto volumen, con todas las páginas repletas de una letra menuda y nerviosa, que inmediatamente reconoció como de su marido. Su rostro reflejó, ante la lectura, curiosidad primeramente. Luego, espanto… Toda la noche se la pasó leyendo el «diario secreto» de su marido… En el mismo había plasmado sus odios, sus frustraciones, sus amoríos, sus adulterios, sus experiencias con homosexuales y jovencitos… Toda una vida de vicio y corrupción, de degradación moral, se desvelaba ante sus ojos. Al final de todo, una «nota» decía: «Querida: Entrega este manuscrito al editor L.» (aquí un nombre y una dirección). Con los derechos de autor, la viuda pudo afrontar la existencia con más tranquilidad, pero siempre le quedó la duda…