Es el patrón de los narcotraficantes, y ante él hincan rodilla como beata matones, sicarios y escuadroneros. Asesinos confesos procedentes de los más remotos lugares del país recorren enormes distancias para presentarse ante él y obtener sus favores. Los criminales le piden consejo para los golpes que vendrán, y ruegan su mediación para que triunfe un asalto, un degollamiento, o la matanza colectiva que planean en un suburbio de la ciudad.
Los votos que se le ofrecen a cambio son malas acciones, y las ofrendas sólo pueden haber sido obtenidas mediando delito: sustraídas, producto de extorsión o de chantaje o, en su defecto, adquiridas en el mercado negro.
Sus protegidos le envían un mariachi cada vez que un cargamento cruza sin problemas la frontera y corona su objetivo al otro lado. Algunas noches se pueden encontrar ante su santuario hasta doce formaciones completas tocando desconcertadas, interrumpiendo el tráfico.