1.816 – Vecindad

antonio serrano cueto  Seamos sinceros. A pesar de que siempre coincidimos en el ascensor, entre usted y yo no ha fraguado una verdadera relación de vecindad. No digo que no hayamos cruzado algunas palabras, pero, si usted analiza bien esos encuentros ascendentes y descendentes, nos hemos limitado a convenir sobre el estado del tiempo y a veces, como signo de variación, a cotejar el pulso horario. Todo ello impuesto por ese incómodo silencio que se apodera de los espacios demasiado estrechos, donde las respiraciones se tocan sin pretenderlo y las miradas se evitan sin lograrlo.
No, ese no es nuestro caso. Nosotros jamás bajamos la mirada. Yo lo miro a los ojos y usted me corresponde, siempre me corresponde. Sin embargo, algo molesto, como una lámina de azogue, se ha interpuesto siempre entre nosotros. Y le confieso que en todo estos años, y muy especialmente cuando me correspondió por turno rotatorio ejercer de administrador de la finca, me hubiera gustado verle alguna vez en las reuniones de la junta de propietarios. Créame, son un buen termómetro de la temperatura del estado vecinal y un estupendo campo de cultivo de alianzas ?y también de enemistades y sinsabores, por qué no decirlo? que surgen en la defensa o el rechazo públicos de una propuesta. Connivencias sobrevenidas en algún punto del orden del día con el oficinista del primero izquierda y la universitaria del cuarto derecha nos han allanado el camino para compartir más tarde otras actividades de la común convivencia, como las compras en el supermercado y el disfrute de alguna que otra velada festiva en las noches estivales del barrio.
Le digo todo esto y pienso que quizás usted sea de esas personas que desdeñan las juntas por considerarlas inservibles pero, no obstante, no renuncian a su derecho de exigir que el edificio funcione perfectamente.
Lo admirable, lo que no deja de sorprenderme, es que sea usted tan semejante a mí en los perfiles humanos, y me cuesta creer que no podamos llegar a ser incluso mucho más que vecinos. Es posible que la solución sea romper la barrera que se empeña en separarnos, este maldito espejo que tantas veces nos acerca y otras tantas nos distancia en el ascensor.

Antonio Serrano Cueto

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