A diferencia del ojo lujurioso de los Cíclopes y de las acometidas insaciables de los Centauros, la leyenda de los amores del Ogro y la Ogra nos relata que en los momentos de vitalidad y estruendo sanguíneo, ellos comienzan a devorarse entre sí, a dentelladas él, a mordiscos ella, a mordiscos él, a dentelladas ella (sin detallar aquí los recovecos de uno y otro donde más se deleitan, pues ello haría despertar a los caballos muertos y enardecer a las estatuas), hasta que por último del gran festín quedan indemnes solo sus lenguas chasqueando en el vacío ante la ausencia de los cuerpos.
Dicha leyenda nos revela, por un lado, el porqué de la desaparición de los Ogros y, por el otro, nos advierte que ellos ocupan el sitial más elevado entre las grandes parejas de amantes de la historia romántica universal, por ser los únicos seres que devorando y dejándose devorar, alcanzaron la suprema y monstruosa belleza del deseo carnal practicado hasta el fin.
Gloria a los Ogros.
Eugenio Mandrini
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