Diccionario del diablo

Incubo, s. Miembro de una raza de demonios extraordinariamente impúdicos que, aunque no del todo extinguidos, han conocido mejores noches. Para una descripción completa de los «incubi» y los «succubi» (y también de las «incubae» y las «succubae»), consultar el Liber Demonorum de Protassus (Paris, 1328), donde hay muchas informaciones curiosas que estarían fuera de lugar en un diccionario destinado a servir de texto en las escuelas públicas.
Víctor Hugo relata que en las Islas del Canal de la Mancha, el propio Satanás (sin duda tentado más que en otros sitios por la belleza de las mujeres) suele hacerse el íncubo, con gran alarma y escándalo de las buenas señoras que, en términos generales, quieren ser fieles a sus votos matrimoniales.
Cierta dama acudió al párroco para averiguar cómo podría, en la oscuridad, distinguir al osado intruso de su marido. El santo varón le aconsejó tocarle la frente para ver si llevaba cuernos; Hugo es lo bastante descortés como para insinuar sus dudas sobre la eficacia del método.
Ambrose Bierce

Contracuento de hadas

Con el tiempo, el príncipe ha engordado debido a la gula, el alcoholismo y la fiesta permanente. Ahora tiene una barriga gigantesca y una papada descomunal. Las piernas raquíticas apenas son capaces de sostenerlo. Hipa constantemente producto de una borrachera consuetudinaria. “Dios mío”, se dice con amargura la infanta, “ha terminado por convertirse en un sapo, igual que al inicio”. Y concluye que la historia es circular.

Diego Muñoz Valenzuela

La cebolla sonriente

La cebolla no paraba de sonreir, ni siquiera mientras la apuñalaba y la cortaba a juliana. Estuve una tarde sin parar de llorar. Al principio por el jugo que me saltaba a los ojos, luego por todo lo que dije, después por todo lo que callé.

Día tras día, verdulería tras verdulería, supermercados y badulakes. No encuentro, no hay más cebollas sonrientes.

Mira que lloré y lo a poco que me supo. Necesitaría diez cebollas sonrientes más para llorar todo lo que me falta, todo lo que me sobra, todas las espaldas que no acaricié, todos los sitios a los que no fui, todas las veces que aparté la mirada, todos los cuentos que ya no escribo.

Diago Lezaun

Huracanes

No, Cristina no ha llegado todavía. La arrastró un huracán ya va para tres meses y de momento no ha vuelto. No es que temamos especialmente por ella, porque se conoce bien los huracanes y estamos seguros de que cuando se canse, volverá. Lo que temo es que a éste le coja afición, como le ocurrió a madre, que después de irse con todos los que pasaban por aquí, ya de mayor, se largó con uno y nunca más quiso saber de nosotros. A mí, que siempre he sido una incomprendida, me dio por los hombres y ya ve usted, aquí me tiene, en el Texaco Girl’s y esperando a Cristina, que, como le digo, tiene que estar al llegar.

Manuel Moya

La verdad acerca de Julieta

Romeo yacía muerto en la tenebrosa cripta, asesinado por su propia mano, por su propio puñal. Todo había terminado. El corazón de los capuletos había recibido una puñalada certera. Cuando Julieta despertó de su fingida muerte observó el cuerpo sangrante de Romeo y supo que su plan había sido un éxito. Luego, esquivó el cadáver con desdén y abandonó la cripta. Afuera la esperaba un joven inglés, de apellido Shakespeare, con quien pronto se casaría. Mientras tanto, en la bulliciosa Verona la vida y el amor corrían por las calles como la moneda más corriente.

Sandro Centurión

Dieciséis enanos y medio

En Maracaibo vivían dieciséis enanos y un medio enano. Todos eran hermanos y el medio enano era el hermano de al medio. También hay que decir que eran sus medio hermanos pues solo compartían el padre, claro que lo compartía solo con la mitad pues los otros ocho querían mas a su madre que a su padre, al que no le perdonaban haberla engañado.
Los ocho ignoraban que era un engaño a medias, es decir, su madre también había engañado a su padre, de hecho esos ocho eran hijos de otro enano. Lo que nos deja con el hecho que que los ocho y los ocho son solo medio hermanos.
Si un día descubrieran toda la verdad, se sentirían desilusionados, pero solo a medias, claro.

Rafael Ballester

Tortugas y cronopios

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan. Los cronopios lo saben; y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga, dibujan una golondrina.

Julio Cortázar

Los peligros del mar

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entre tanto, la tormenta arrecia y lo marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

Ana María Shua