Cuando papá me llevaba al museo siempre íbamos a ver El hermano y por la noche soñaba con la visión del franciscano muerto y su rostro como de cera y su hábito granítico que se iba deshaciendo hasta dejar ver su esqueleto y entonces se levantaba y me conducía por las laberínticas calles de la ciudad hasta que llegábamos a la gran bóveda donde decía que descansaríamos por los siglos de los siglos. Ahora, que estoy tan despierta, veo a esa niña que no se atreve a tocar mi rostro de alabastro, y sufro pensando que tal vez tenga la misma pesadilla que yo esta noche.
Categoría: Miguel Ángel López Manrique
2.347 – Reparto de tareas *
La maldita niebla no levanta y el susto es menor, claro. Tengo que cambiar de sitio a menudo porque si no los coches me atraviesan como si nada, no hay frenazo de trenes, y los chicos parecen reírse desde la tapia. Al lado de la cárcel ruinosa, allí donde hay una curva sin señalizar, me pongo muchas noches a esperar con este ridículo vestido de niña bien, y no tardan en aparecer las luces amarillas que se acercan veloces como aquella noche lejana, cuando papá se agachó a coger el móvil y mis hermanos y yo gritamos antes de sentirnos como blandos y sin dolor y entrando y saliendo de las habitaciones de la casa como si nada. A mamá no la hemos visto todavía, aunque papá dice que tenemos que estar un tiempo aquí, pero no sé porque me toca a mí, la mayor, esta maldita curva y que no levanta la niebla, qué noche me espera.
Miguel Ángel López Manrique
(*)A Gricel, oasis de mis apariciones