En cuanto caiga la noche y el agua lo anegue todo, regresaré a casa. Correré llorando a los brazos de mamá y, entre hipos perfectamente ensayados, les contaré que mi hermana se ahogó sin que pudiera hacer nada… Sobrarán más explicaciones cuando me muestre vestida con las desolladas ropas de la difunta. Siempre la prefirieron a ella. Me abrazarán, dando gracias a Dios, por haber protegido a la favorita.
Llevo tantos años estudiando sus gestos, su risa, el estúpido tono de su voz o su modo altivo de caminar, que nadie será capaz de descubrir el engaño.
Categoría: Towanda
2.164 – El ilusionista
Padre nos prometió una gran sorpresa cuando tañera la última campanada del año. Madre supuso que, por fin, había encontrado un trabajo y rezó arrodillada. Yo imaginé la bicicleta BH que llevaba dos años pidiendo a los Reyes, y Merlín y Tábata eran demasiado pequeños para pensar…
Cuando dieron las doce, padre sacó su nueva varita mágica e hizo aparecer un conejo en la sopera. Se le cayeron las lágrimas. Era su primer lepórido. Madre también lloró, pero de rabia, mientras le ponía de patitas en la calle con todos sus cachivaches. Dijo que ya no aguantaba más, que era un fracasado y que, con tres críos, tenía bastante… Después, también lloré al sentir que le perdía.
La señá Joaquina, la presidenta, enternecida, nos cedió un trastero y allí le escondimos. Fue nuestro secreto. Lo sigue siendo. Cada tarde, acudo al cuarto para darle un beso. Él continúa ensayando su truco, el que –según dice– le convertirá en el mejor mago del mundo. Cierra los ojos con fuerza; se cubre con un trapo rojo; pronuncia las palabras mágicas y desaparece…
Yo me marcho aplaudiendo, fingiendo que no le veo, como cuando era niño. Sé que solo así podrá dormir tranquilo.