2.859 – Confesiones (o no).

Arantza Portabales  Cosas que te dije: que deberías venir a por tus libros. Que me apunté a Pilates en el gimnasio de Ana. Que este año el recibo del IBI deberíamos pagarlo a medias. Que he dejado de fumar. Y las pastillas para dormir. Que, por fin, como querías, todas las bombillas de la casa son de bajo consumo. Que tu hermana me ha contado lo de Julia.
Cosas que no te dije: que rompí algunos libros. Pero los repuse. Que me acosté con mi monitor de Pilates. Solo una vez. Y que, aunque no estuvo mal, no he vuelto por allí. Que me da igual lo del IBI. Que he firmado los papeles. Que aún fumo y que, como ves, no he podido quitarme esa absurda manía de mentirte. Que sin las pastillas las noches son largas. Y oscuras. Porque no hago nada. Solo esperar la salida del sol para iluminar esta casa vacía (sabes que no soporto la luz fría de esas bombillas, tan económicas, tan antialérgicas, tan de quirófano). Que ya sabía lo de Julia, porque tu madre también me llama. Aunque yo solo quiero que me llames tú.
Para decirte mil cosas.
Para callarme otras mil.

Arantza Portabales Santomé
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2.305 – Enajenación mental transitoria

Arantza Portabales  El médico dijo que necesitaría diez sesiones de electroshocks. Ya sé que todo vuelve. Hasta las hombreras. Pero si te encierran en una institución mental con un nombre tan aséptico como Centro de Reposo Higgs&Straub, una espera eso. Reposo. No diez sacudidas eléctricas.
Vale. Estaba rara. Lo de las lentejas, por ejemplo. En mi sano juicio, jamás las hubiera hecho sin chorizo. Y había más. Lo de cambiarme al detergente de marca blanca. Lo de hablar con el contestador. Lo de apuntar con el cañón de una Smith&Wesson al peluquero. Aunque todo tiene una explicación. Me encanta escuchar esa voz metálica diciendo: el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura.
Ahora, tras un mes en la Higgs&Straub, estoy curada.
O no.
Al llegar a casa, me he abrazado a mi pequeña que me esperaba en el portal. Cuánto te he añorado, chiquitina. “Yo también, Señora Lola”, me ha respondido. Entonces me he dado cuenta de que es la niña del primero. Y ya no sé si tengo hijos. Así que, para salir de dudas, le he preguntado si las lentejas se hacen con o sin chorizo.
Ella se ha echado a llorar.
Yo también.

Arantza Portabales Santomé
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2.277 – Instrucciones para dar una caricia. Manual de Recursos Humanos. Página veintidós.

Arantza Portabales  Localice al sujeto destinatario de la caricia. (Ejemplo: la secretaria de dirección).
Llámela a su despacho con una excusa creíble. (Ejemplo: la cena de Navidad de la empresa).
Comience por elogiar algo de su aspecto. (Ejemplo: “te veo más delgada”).
Si ambas son mujeres, haga un comentario cómplice: (Ejemplo: “yo también tengo esa chaqueta”).
Déjela hablar libremente. (Sin ejemplo).
Saque del cajón la carta de despido. Entréguesela.
Llegados a este punto estire sus manos y sujete las de ella. No ejerza demasiada presión. (Ejemplo: como sosteniendo una mascota).
Deslice su mano suavemente sobre el dorso de la de ella.
Sonría.

Arantza Portabales
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2.239 – Soledad

arantza portabales02  —No creo que pueda pedirse mucho más para ser un lunes por la tarde. A mí me basta esto,sabes. Charlar un poco. Verte de vez en cuando. Te veo tan poco, María. Casi ni vienes a casa. Pero qué guapa estás hija…
Yo no sé muy bien que decirle.Cuando hago amago de levantarme, me sujeta por el brazo.
—Hasta Aluche, por favor —, me suplica, —hasta Aluche. Y yo vuelvo a sentarme. Aunque me llamo Laura. Aunque hoy es jueves. Aunque tengo que bajarme en Carabanchel.

Arantza Portabales
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2.162 – Cartas para Elena

Arantza Portabales  Querida Elena:
El sol de Tarfaya quema. Cabalgo sobre las olas y cierro los ojos. Te veo a mi lado, con tu pelo negro y crespo, teñido de sal. Estiro la mano y casi rozo tu piel de neopreno. Después vuelvo a la orilla. Y no queda nadie. La casa de Amîn está cerrada. Las calles son un inmenso escenario de atrezo en el que todos habéis desaparecido. Suelo deambular por el zoco de El Aaiun, buscando tu rostro en cada puesto, en cada esquina. Nunca estás. Siempre lo tuvimos claro. Hasta que la muerte nos separe. Pero no sabíamos lo que eso supondría. Lo que duele la ausencia.
Busca a Fátima. Dile que he encontrado a Omar. Que lleva aquella camiseta del Barça que le trajimos en nuestro tercer viaje. Está guapo, el enano. Aún tiene ocho años. Juega al futbol a todas horas. Le sigue faltando un diente. Y luce una eterna herida en la rodilla. Díselo. Que estamos juntos. Que estamos bien. Porque este es mi cielo, Elena. Al final, mira tú, resulta que existe. Es hermoso. Huele a cuero, a comino, a hierbabuena y a jazmín. Sabe a dátiles y a mandarinas. Se impregna de la arena del Sahara. Se tiñe de rojo cada atardecer. Tú lo conoces bien.
Esto es todo. Me limito a esperarte, con el pequeño de Fátima pegado a mis talones. Te añoro en cada ola de este mar. En cada playa. ¿Sabes qué? Debiste morir conmigo. Este era nuestro paraíso. Y está a punto de convertirse en un infierno sin ti.

Arantza Portabales
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