Era una residencia cara y de prestigio. Quizá la más cara y la de mayor prestigio de Suiza. Todos los hijos de las familias más notorias de Europa recibían, en la misma, educación e instrucción. A su servicio figuraban un crecido número de sirvientes de ambos sexos, en su mayoría extranjeros. El último de los contratados, un joven turco de famélica figura, se esforzaba por agradar a la Dirección y complacer a los educandos. Limpiaba los retretes, servía los desayunos, recogía las pelotas con destreza en las pistas de tenis, llevaba los cestillos con provisiones en las excursiones por la montaña (a la hora del yantar se alejaba discretamente de los grupos y comía en solitario sus bocadillos), etcétera. Un día, en la clase de equitación, al estar uno de los caballos enfermo, como quiera que una niña de ojos azules y cabellos rubios se pusiera a berrear, al ver que quedaba en tierra y sus compañeros se alejaban en sus monturas, se ofreció a llevarla sobre sus hombros. La niña se divirtió mucho. El joven turco extenuado no pudo al día siguiente servir los desayunos.
Categoría: Alonso Ibarrola
3.095 – Estertor
Vi morir a mi padre y no lo olvidaré jamás. El sacerdote trataba de empujar hacia su garganta la hostia consagrada y casi en el estertor, convertida en un amasijo, volvía con una arcada al exterior. En ese instante le dije: «Padre, tú y yo tenemos que hablar en la otra vida, si es que hay otra vida. Dentro de poco lo vas a saber…». Me miró con sus ojos, grandes como platos, y así se quedaron. Me pregunto si me oyó…
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
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3.080 – A la fuerza
Nunca falta en un manicomio el habitual enfermo mental que afirma que su familia lo ha encerrado a la fuerza, para quedarse con su fortuna. Por desgracia, muchos de los que esto afirman no tienen ni familia ni fortuna.
Alonso Ibarrola
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3.074 – Peligroso
Llegó a la penitenciaría con fama de peligroso. Se decía de él que era un maníaco sexual, sádico, cruel y sanguinario y sobre todo un experto en fugas. Por su aspecto no lo parecía… En esto convenían tanto el director como los funcionarios y reclusos del Centro. Los años vinieron a demostrar, ciertamente, que era un pobre hombre. Tímido, débil, huidizo, nunca se enfrentó a nadie, soportó toda clase de humillaciones y vejaciones y jamás intentó fugarse. Especialmente esto último produjo desencanto en todos y hasta el mismo director se sintió defraudado. Un día que jugaba un partido de fútbol en el patio central, con otros reclusos, cayó el balón fuera del recinto de la prisión. El director, en tono burlón, le ordenó que fuera a buscarlo y le abrieron las puertas. Volvió poco después con el balón. Horas más tarde descubrirían que el balón no era el mismo, que había traído otro, perteneciente a un niño rubio, que había sido localizado entre unos arbustos, cruelmente ultrajado y posteriormente asesinado. Todos, a partir de aquel día y hasta el momento de su ejecución, comenzaron a mirarle con más respeto.
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3.056 – El misionero
Toda la familia rodeaba al venerable misionero de barba blanca, recién llegado de las selvas africanas. Inquirían con avidez noticias del hijo que un buen día (hacía quince años) se fue «a salvar almas y a merecer la palma del martirio». Había muerto, ciertamente, pero en cama, aquejado de unas fiebres malignas. «¿Entonces no sufrió martirio?», preguntó ansiosamente su madre. El venerable misionero tuvo que explicarles que murió cristianamente rodeado de todos los suyos, de su mujer, de sus hijos… Antes de que nadie pudiera reaccionar les mostró una foto del ex-misionero («había perdido la vocación», explicó) con su esposa, una hermosa negra, de abultados y deformados labios, y sus hijos, cuatro simpáticos negritos… Consternada, toda la familia guardó un profundo silencio.
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2.820 – Paisajes
Hay paisajes que uno quisiera cogerlos, besarlos, abrazarlos, estrujarlos, como a la mujer amada y decirles: «Eres mío».
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2.808 – Accidente
La gente se arremolinaba en el andén del «metro» esperando la llegada del próximo convoy. De repente, una señora que se encontraba junto al borde del andén hizo un movimiento extraño, como si se sintiera mareada. Se balanceó y cayó a las vías, sin que las personas que se encontraban a su vera pudieran impedirlo. Los gritos de horror fueron apagados por la llegada del convoy que no pudo detenerse a tiempo, ante el cuerpo de la infortunada mujer. Un chirriar y un crujir de huesos, unos ayes desgarradores… y nada más. Algunos viajeros chillaban, otros callaban y varias mujeres se desmayaron. Un viajero, molesto y colérico, se acercó al jefe de estación y preguntó: «Y ahora ¿cuánto tiempo nos tendrán aquí?».
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2.763 – Vendedor nato
Pocas veces visitaban la exposición clientes de tanta importancia. El Jefe del Departamento Internacional de Ventas estaba contento, más bien excitado, ante la magnitud de la operación. Los individuos, cinco en total, parecían africanos, quizá árabes. No se sabía exactamente en qué idioma se expresaban… Mostraban gran interés por el moderno armamento exhibido. Los encargos los verificaban utilizando los dedos de las manos. Cinco tanques, tres cañones antiaéreos, dos cañones de tamaño medio, un lanza-cohetes, cien ametralladoras, mil fusiles, mil bombas de mano… (cien veces uno de ellos mostró sus diez dedos). Cuando la lista de petición de material estuvo preparada, uno de los individuos en cuestión se dispuso a estampar su firma, mejor dicho, su pulgar derecho. De repente, sus ojos repararon en un vulgar pisapapeles de bronce fundido. Inquirió con la mirada sobre su utilidad y el Jefe del Departamento, ni corto ni perezoso, lo cogió con su mano derecha y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la cabeza de uno de los vigilantes de la exposición, que cayó al suelo fulminado. Los individuos, sorprendidos y sonrientes, se pasaron media hora indicando con los dedos que querían doscientos mil pisapapeles del modelo aludido.
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2.756 – La camiseta
Su pasión era el fútbol. Mejor dicho, «su equipo» de fútbol. Era, quizá, el reflejo de una frustración… que se acrecentó cuando «su equipo» perdió el Campeonato… por culpa de su «eterno rival». Al día siguiente, lunes, cuando iba a su casa y cruzaba un descampado, donde jugaban al fútbol unos niños, se topó casualmente con uno de ellos, que enfundaba la camiseta… del equipo rival. Lo llamó cariñosamente. El niño acudió solícito y sonriente. Le preguntó amablemente si la camiseta que vestía era de su equipo favorito. El niño respondió afirmativa y orgullosamente y añadió que también era el equipo de su papá. Entonces, el hombre, de rodillas, mirando fijamente al niño, serio, y con sus brazos colocados en los respectivos y pequeños hombros, en plan «de hombre a hombre», le dijo lentamente: «Dile a tu padre que eres un hijo de p…». El niño parecía no entender. Él insistió. «¿Me entiendes? Dile… a tu.., padre… que eres un hijo de p…». «¿Te acordarás?». El niño se echó a llorar y él se fue apresuradamente para que la gente no pensara otra cosa…
Alonso Ibarrola
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2.739 – Grandes almacenes
La sorprendieron robando unos pañuelos. Un inspector de los grandes almacenes le condujo a una discreta sala para interrogarla. La mujer, de modesta apariencia, lloraba y aseguraba que no había podido evitarlo, que «un impulso desconocido» le había empujado a ejecutar aquel bochornoso acto. El inspector, escéptico, le advirtió que por ser la primera vez no llamaría a la policía. Pero le pidió su dirección y requirió la presencia de su marido. Al cabo de una hora llegó éste, escuchó el relato del detective y propinó una sonora bofetada a su mujer, que no había cesado en sus sollozos. Se despidieron del inspector y se perdieron entre la muchedumbre de clientes, camino de las puertas de salida. El marido, nervioso, no advirtió que su mujer, distraídamente, cogía un par de medias de un mostrador introduciéndolas en su bolso subrepticiamente.