Hasta que decidimos volver a colgarla en la pared sufrimos pequeños sabotajes. El lunes se pegó el estofado. El martes se fundieron tres bombillas. El miércoles se salió la lavadora. El jueves no sonaron los despertadores. El viernes amaneció encapotado, pero no dimos con ninguno de los paraguas de la casa. Nos empapamos. Por la noche el abuelo insistió en que «una cosa es que esté muerta y otra que le haya cambiado el carácter». Abrió el cajón, y volvió a colocar la foto en el lugar preeminente que ella misma había escogido. La mujer de la foto sonreía.