Ordené sacar mi caballo del establo. El criado no me comprendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y monté. A lo lejos oí el sonido de una trompeta, le pregunté lo que aquello significaba. Él no sabía nada , no había oído nada. En el portón me detuvo para preguntarme :
— ¿ Hacia donde cabalga el señor?
— No lo sé- respondí— . Sólo quiero irme de aquí , solamente irme de aquí. Partir para siempre, salir de aquí. sólo así puedo alcanzar mi meta.
— ¿Conoce, pues, su meta? — preguntó él.
— Sí — contesté yo—. Lo he dicho ya. Salir de aquí, ésa es mi meta.
Autor: carlos
1.443 – El plinto
Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños que regresaban del recreo. Andrea fue colando a todos para retrasarse hasta quedar cerca de mí.
-Yo sé que no te duele –dijo sin mirarme- .Te he visto correr antes. Muchos te han visto. Lo que pasa es que hoy el profe nos enseña a saltar al plinto y a ti te da miedo, que lo sé.
-No es por eso- dije sin convicción.
-A mí también me da. Más que a ti- continuó, sin llegar a escucharme.
Y diciendo esto se puso a cojear a mi par. Cuando vi que lo hacía mucho mejor que yo, me entró de verdad el pánico.
Miguelángel Flores
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1.442 – Suma de vectores
1.441 – Escrituras
La línea levantó la cabeza y me mordió la mano con que la escribía. Comprendí que mi obsesión con el microrrelato era excesiva y me puse a escribir un cuento de extensión convencional. Un párrafo se enroscó y saltó hacia mí, hiriéndome en el calcañar con su cola ponzoñosa. Entonces me instalé en el territorio más conocido de la novela. Algunos capítulos suscitan mi desconfianza. Vivo inquieto, maquinando estrategias para proteger la yugular.
David Lagmanovich
1.440 – Extramuros
Acostumbrada a ocultar también sus sentimientos, la joven del burka se resignó a mantener en secreto su loco amor por el nazareno.
Pedro Herrero
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1.439 – A la sombra
1.438 – Deseo
Un hombre mira con deseo a una mujer en la terraza de un café. Se fija primero en la abundancia de su cabello dorado y, al instante, la mujer luce una calva rutilante.
Luego busca el pozo de sus ojos, pero el ojo izquierdo de la mujer se desvanece bajo la piel. Apenas dirige su mirada hacia la boca, se admira de que los labios se esfumen sin dejar rastro. Entonces baja la mirada por el cuello hasta donde le permite la mesa que ella ocupa. Se detiene allí, confiado en que no será posible que desaparezcan tan señaladas turgencias. Sin embargo, al punto advierte que sus ojos resbalan por una escueta llanura. Antes de abandonar el café, el hombre se da cuenta de que ella lo mira fijamente con su único ojo. Corre despavorido a su casa echando en falta el aliento. Al abrirle la puerta, su mujer le pregunta dónde diablos ha dejado la boca.
Antonio Serrano Cueto
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1.437 – El harén de un tímido
1.436 – Exégesis
1.435 – Longino
En la cómoda de mi abuela había un crucifijo aterrador. «¿Lo ves? -me decía con voz temblorosa- Cuando mientes le aprietas la corona y le clavas más las espinas». Yo sufría viéndole las manos taladradas, los hombros infectados por los chicotazos y los clavos sobresaliéndole de los pies; pero la sangre que chorreaba de su cabeza era por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, como me hacía rezar abuela mientras me castañeaban los dientes.
Una tarde me acerqué al crucifijo con el alicate de la caja de herramientas, y una por una comencé a arrancarle las espinas para acabar con su agonía. Cuando le quité la última dejó de sangrar y sólo cayeron unas gotas de agua.
¡Qué contenta se pondrá abuela cuando se lo encuentre muerto sobre la cómoda!



