1.350 – Pabellón de cancer

 Al principio no entendí por qué me había mandado llamar, pues hacía más de doce años que estábamos divorciados. Nunca quiso aceptar nuestra separación y siempre trató de responsabilizarme de sus penurias, sus desamores, sus amarguras. Tampoco fue fácil para mí sobreponerme a la soledad. El penetrante olor del hospital me trajo a la memoria otras agonías, otros muertos, otras pesadillas.
En la penumbra de la habitación distinguí el brillo exangüe de sus ojos, y me enfrenté a la mirada líquida de aquel cráneo árido y verdoso, vagamente familiar. ¿Qué puedo hacer por ti?, pregunté tragando saliva. Entonces encendió la luz.
Cualquier semejanza con el rostro que alguna vez amé había desaparecido para siempre, y no tuve más remedio que huir cuando las negras encías de aquella atrocidad insinuaron una perversa sonrisa, pues comprendí que me había llamado para que su recuerdo me acosara mientras viviera.

Fernando Iwasaki
Ajuar funerario.Ed Páginas de espuma. 2009

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