El castillo iba a ser desmontado, piedra por piedra, y trasladado a un país remoto para ser reconstruido y servir a su nuevo dueño como refugio de fin de semana. Al saberlo, quise quedarme para siempre en el lugar de mis antepasados, pero cambié de opinión cuando oí decir que los terrenos serían recalificados para albergar un gran centro de ocio, provisto de salas multicine, aparcamiento subterráneo y galerías comerciales. Entonces decidí acomodarme entre los rancios muros embalados en enormes contenedores, con la intención de despertar al cabo de unos meses en mi nuevo y redecorado hogar. Sin embargo, fue en la aduana del país de destino donde desperté a los pocos días, porque las severas leyes locales de control de la inmigración y prevención del terrorismo me exigían una serie de documentos e informes que, en mi condición de ectoplasma, no podía aportar aunque quisiera. Tampoco ayudó mucho que dijera que mi trabajo consistía justamente en asustar a los incautos que visitaban mis dominios. Así que me metieron en la cárcel. Y ya ven lo que son las cosas: aquí les hace gracia que alguien como yo no dé miedo a nadie. Y a mí me da miedo solo de pensar que ellos no me hacen ninguna gracia.
Categoría: Pedro Herrero
1.199 – La cita
De haber sabido lo que ocurriría después, ella habría ido a la peluquería y también se habría comprado un vestido atrevido para estrenarlo ayer, antes de precipitarse en el vacío desde el piso ciento tres del enorme rascacielos, cuando trataba de alcanzar un papel que el viento levantó de su mesa de trabajo y empujó hacia el exterior. Ya en el aire, todo hacía presagiar un porrazo incontestable pero, a la altura del piso cuarenta y dos, su cuerpo cayó en brazos de un joven providencial, de aspecto agradable y musculoso, que vestía un traje ajustado de lycra azul y rojo y una capa de conjunto, muy elegante, que se alzaba tanto como su bello tupé de color negro. A partir de ahí, el descenso fue un paseo delicioso hasta llegar a la calle, donde aquel galán se despidió cortésmente y partió de regreso a las alturas, no sin antes decir que sí, que hoy podrían volver a verse en el mismo lugar y a la misma hora. Y hoy estrena ella un nuevo vestido, elegido a conciencia, y se arregla con esmero para acudir a la cita con su misterioso salvador. Y a la hora convenida se lanza sin temor por la ventana de su estudio, y aprovecha la caída en picado por la fachada del inmueble para dar los últimos toques al maquillaje. Pero esta vez nadie la espera frente a la planta cuarenta y dos. Y al llegar a la catorce, convencida del plantón, se ve obligada a admitir que, si ya es duro bajar de una nube y tocar de pies en el suelo, más duro será tener que hacerlo de cabeza.
Pedro Herrero
Velas al viento. Los microrreelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010
1.166 – Toma de conciencia
Para obtener el permiso de armas, las autoridades dispusieron un test psicológico tan estricto, que aquellos que lo pasaban se daban cuenta de que las armas no les hacían puñetera falta.
Pedro Herrero
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1.139 – Musa esquiva
1.121 – Segundo turno
Cuando alguien dijo que quien estuviera libre de pecado tirase la primera piedra, todos los congregados cogieron una del suelo, para poder tirarla en segundo lugar, ya sin tanto requisito.
Pedro Herrero
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1.119 – Puntos de vista
El ciclo de conferencias del Ateneo se inició con una charla sobre educación sexual a cargo de un sacerdote. A la semana siguiente invitaron a una prostituta para que hablara de la vida eterna.
Pedro Herrero
981 – Camino de perfección
En un supremo afán por depurar su estilo, el jockey se acostumbró a prescindir del inodoro.
Pedro Herrero
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