La compra

alejandra diaz ortiz4 Aquellos dos no se miraron por primera vez en la barra del bar del barrio. Fue en la mercería, cuando ella pidió hilo color fucsia y a él le llamó la atención el color de su pelo.
La segunda vez coincidieron en la panadería: una baguette y una chapata, para cada uno. Eso le gustó a ella. Para la tercera, el carnicero fue el culpable: entre cuarto y mitad de morcillo y dos chuletones les nació el amor. Diez años después se habían vuelto vegetarianos. Según dicen las malas lenguas, el frutero tenía algo que ver…

Alejandra Díaz -Ortiz

Amor al primer verso

alejandra diaz ortiz2 La primera vez que Laila descubrió un post it pegado en la puerta de su casa, pensó que se trataba de una equivocación. Con una letra de armonioso trazo, alguien había escrito con tinta roja:
Saber que existes es saberme vivo
Al día siguiente del primer hallazgo, al volver del trabajo, encontró un nuevo papelito engomado. Esta vez decía:
Son tus pasos el latido necesario: vida
Instintivamente, Laila miró a su alrededor. El pasillo de la tercera planta donde vivía estaba vacío. Apenas algún ruido doméstico rompía el silencio de un edificio habitado, básicamente, por personas solas.
En el tercer día, un nuevo mensaje la esperaba. Mientras abría la puerta, lo leyó:
En tus ojos, el mar
Esta vez no miró alrededor. Sonrió.
Durante diez días más, Laila llegaba ansiosa hasta la puerta de su casa, deseando encontrar un nuevo tesoro. Uno a uno, fue depositando cada post it en una cajita que tenía al lado del teléfono.
Un jueves por la mañana despertó valiente y decidió averiguar quién era el autor de aquellos versos que la hacían tan feliz. Cogió el taco de papel amarillo que se había robado de la oficina y escribió, con tinta roja, también:
«Misterioso Poeta, intrigada me tiene con sus hermosos versos que me han robado el corazón. Es este aliento anhelante lo que me hace imperioso el saber quién es usted y descubrir, así, la razón por la que me hace usted merecedora de tan inesperadas notas. Su más ferviente admiradora, Laila».
Al salir de casa, dejó pegado el post it.
En cuanto concluyó su jornada laboral, salió rápidamente hacia su casa, excitada, esperando encontrar al hombre amado. Subió corriendo las escaleras, de dos en dos. Sofocada, desde el rellano lo vio: ¡ahí estaba!, el papelito amarillo, con una respuesta, pegado a su puerta. Lo despegó con cuidado, como temiendo borrar lo ahí escrito con la punta de sus dedos pero sin atreverse a leerlo. Entró en su casa, tiró el bolso y las llaves y se fue a sentar en el sofá: sentía que las piernas le flaqueaban. Suspiró y, entonces, comenzó a leer:
«Querida Laila, aunque no dudo de que sea usted la más hermosa flor de este desértico paraíso, mucho me temo que la he convertido en presa involuntaria de un error, creyendo -¡oh, tonto de mí!- que Miguelito vivía en el 30 C. Ruego a usted, hermoso ángel, tomar nota de mis más sinceras disculpas. Afectuosamente suyo, Álvaro Rivera».

Alejandra Díaz-Ortiz

Autorretrato

alejandra diaz ortiz Me veo en el espejo. Mi melena pinta cuatro canas más.
En mi frente aún no aparecen surcos, ni en la comisura de los ojos color miel que no te desnudan desde hace mil eternidades. Y mira que me río.
Mis labios siguen siendo delgados, pero están algo secos. Quizá desde el último beso que me diste. Aquel con el que me dijiste «Hasta pronto».
Veo mis manos y las encuentro inútiles. No se dónde he de ponerlas para que recuperen el sentido del tacto: desde que no te tocan, han perdido la delicadeza necesaria para incitar batallas. Tampoco han sabido enredarse en otras manos.
Quizá mis hombros estén un poco cargados: pesa tanta vida sobre ellos, que se han inclinado un poco hacia delante. Pero siguen sosteniendo, con cierta gracia, el cuello al que tanto honrabas.
Mis senos están tristes. No es que se hayan dejado vencer por la fuerza de gravedad. Ni que hayan perdido volumen o su capacidad de responder a tu recuerdo. No, es que están anhelantes de tu boca. Me parecen, así, a simple vista, como un par de flores que, aunque bellas, están faltas de color.
El ombligo reclama mi atención. Apenas y me doy cuenta: ¡ha susurrado tu nombre!
Mis piernas, aún largas y esbeltas, bailotean al recordar cómo rodeaban tu cintura «con la medida exacta» -decías- mientras te ibas perdiendo entre ellas.
Entonces mi pubis parece renacer por un instante. Otra vez, los recuerdos le han jugado una mala broma.
Como bromistas son los dedos de mis pies, esos con los que tanto te gustaba jugar y que ahora escondo por temor a que sigan corriendo tras tu imposible huella…

Alejandra Díaz-Ortiz

Los tratos malos

alejandra diaz ortiz2 Cuando alguien le pregunta sobre el padre de sus hijos,  lo primero que recuerda es la sensación de ardor en las mejillas. Lo sintió el día que lo vio en la plaza, tan lejano. El rubor le maquilló la cara cuando él la miró por primera vez. Esa misma noche, él le propuso un trato: ella aceptaba pasear cada día y él se comprometía a quererla toda la vida.
Despertó con un fuerte ardor en el estómago —«Son los nervios» le consoló su madre—,  el día que firmaron aquel papel  con el que él cumplía su promesa: una vida juntos, en las buenas y en las malas.
Un doloroso ardor mezclado con lágrimas y sangre fue lo que sintió cuando le sorprendió con la primera bofetada. Desde entonces, el trato tácito fue que, él le pedía perdón y ella se callaba.
Diez años después, no hubo tiempo para más tratos:  mientras una ambulancia la llevaba al hospital, a él le obligaban a dejar la casa.
Pero a ella, le sigue ardiendo el miedo.

Alejandra Díaz-Ortiz

14:22 p.m.

alejandra diaz ortiz5 No me molestó la estúpida caída en la bañera. Tampoco los veintiún pinchazos y tres descargas que me dieron los de Urgencias. El paso por quirófano no fue nada grave, más bien creo que divertido: yo era el centro de atención. El funeral tampoco estuvo nada mal, fueron los que yo sabía -ni uno más ni uno menos- y tú.
Se dijeron las cosas justas que fui escribiendo en los recuerdos de los que apenas me recuerdan. Ni siquiera tus lágrimas me conmovieron; te dejé en buen momento para jugarte una próxima vida.
Pero lo que sí me ha jodido de mi muerte es esta puñetera certeza de no volver a respirarte.

Alejandra Díaz-Ortiz

Benicio lo vio todo

alejandra diaz ortiz Es imposible que finjas que nada de esto pasó. No mientas al decir que mis sueños no estuvieron en los tuyos. No puedes haber olvidado el temblor de tus manos desmenuzando mi cuerpo. ¿Cómo creer que se han desvanecido las huellas de mis dedos ciñendo tu piel?
No, no te creo que hayas olvidado mi lengua enredada en la tuya. De tu boca no se puede haber evaporado mi sabor. Ni de tus recuerdos, el aroma que emanaron nuestros cuerpos.
Difícil olvidar tu espalda desnuda apoyada en la pared, cubriendo aquella foto que tanto me gustaba, mientras musitabas: «mmm… para… para… Benicio lo está viendo todo…»

Alejandra Díaz-Ortiz